lunes, 6 de octubre de 2014

Las bailarinas gaditanas que encandilaron a Roma

La mujer gaditana siempre se ha caracterizado por su arte y por su gracia a la hora de entender el mundo de la danza. En tiempos de la antigua Roma, existían en Cádiz unas muchachas conocidas como puellae gaditanae, bailarinas famosas por sus bailes sensuales y voluptuosos que provocaban el entusiasmo y la excitación entre la población romana masculina. Llegaron a ser tan apreciadas y celebradas que dos importantes poetas de la época, Marcial y Juvenal*, las mencionan varias veces en sus obras. Así, Marcial en sus Epigramas afirma que su cuerpo, ondulado muellemente, se presta a tan dulce estremecimiento, a tan provocativas actitudes, que harían excitarse al casto Hipólito.
El jaleo de Cádiz, grabado del siglo XIX. Las puellae gaditanae son las
antepasadas de las modernas bailaoras flamencas
Pero, además de bailar, estas jóvenes gaditanas también cantaban canciones eróticas que acompañaban con curiosos instrumentos musicales, como las castañuelas béticas, consistentes en dos planchas metálicas que al chocarlas entre sí provocaban sonidos característicos, parecido a las castañuelas actuales. Sobre esto, Juvenal en sus Sátiras dice que: Quizás esperes un coro que se ponga a cantar las lascivas canciones gaditanas, y que las muchachas, animadas por los aplausos, se tiendan en el suelo meneando el trasero. La sensualidad de sus danzas y cantos se completaba con la escasez de su atuendo, reforzando de esta manera el erotismo de sus movimientos.
Es posible que el origen de estos bailes lascivos esté en las prácticas sexuales de las sacerdotisas en algunos templos, una costumbre común en los rituales religiosos de la Antigüedad, teniéndose constancia de la existencia en la fenicia Gadir de un templo dedicado a la diosa Astarté o Afrodita, cuyas sacerdotisas pudieron haberse convertido, con el paso del tiempo, en las más profanas puellae gaditanae de los romanos. Ya antes, en el siglo II a. de C. se tiene noticia de que un marino griego llamado Eudoxos embarcó en Cádiz un grupo de estas danzarinas en su periplo alrededor del continente africano.
En Gades, antes del comienzo de las obras que se representaban en el teatro, las puellae actuaban a modo de teloneras, ofreciendo sus bailes y cantos al público entregado a ellas. Su fama se extendió por todo el Mediterráneo, llegando a convertirse en Roma en las grandes protagonistas de los banquetes y festines de las clases altas.
Se conoce el nombre de una de estas bailarinas, Teletusa, mencionada por Marcial, diestra en adoptar posturas lascivas al compás de las castañuelas béticas y en bailar según los ritmos de Gades. Teletusa era una mujer gaditana que, vendida como esclava por su antiguo dueño, la volvió a comprar para convertirla en su señora, entusiasmado tras verla bailar. De nuevo libre, acudió a Roma, donde adquirió tanta fama que los patricios y acaudalados romanos se la disputaban para que actuara ante ellos.
Pero no solo las jóvenes de Cádiz fueron famosas por su sensualidad, pues la misma ciudad llegó a tener fama de sensual y voluptuosa, como pone de manifiesto Marcial, una vez más, cuando habla de las muchachas de la licenciosa Gades. 
Es posible que con la denominación de puellae gaditanae no solo se aludiera a las bailarinas de la capital, sino también a las de sus zonas limítrofes, a las que extendía su influencia. Estos bailes son, sin duda, un lejano precedente del actual baile flamenco.
(*) Estos dos autores vivieron entre los siglos I y II de nuestra Era.

jueves, 18 de septiembre de 2014

El mayor naufragio en aguas de Cádiz

El Reina Regente, hundido frente a las costas de Cádiz en 1895
El mayor y más trágico naufragio ocurrido en aguas gaditanas, excepción hecha de los navíos hundidos en la batalla de Trafalgar, tuvo lugar en el año 1895, cuando el crucero Reina Regente se fue a pique frente a la costa de Tarifa debido a un fuerte temporal, llevándose consigo los 420 miembros de su tripulación. Construido en unos astilleros británicos, era el buque más moderno de la armada española de su tiempo, pero con un defecto de construcción que afectaba a su estabilidad. Este defecto se puso en evidencia con el peso de algunos de los cañones de gran porte con que fue equipado, no pudiendo resistir el fuerte oleaje.
El 9 de marzo de dicho año zarpaba el Reina Regente del puerto de Cádiz rumbo a Tánger, para trasladar a esta ciudad norteafricana a una embajada del sultán de Marruecos. Al día siguiente, el capitán del barco, que no quería perderse la botadura de un crucero que iba a tener lugar en la capital gaditana, regresaba a Cádiz, creyendo que el mal tiempo que empezaba a reinar no afectaría a su buque. Pero se equivocaba, pues al poco de zarpar del puerto marroquí, el barco fue visto por última vez en aguas del Estrecho parándose y dando bandazos en medio del temporal. Ya no se volvió a saber nada más del Reina Regente. Conocida la noticia de su desaparición, se iniciaba su búsqueda, pero sin resultado. En los días siguientes, las playas de Algeciras y Tarifa se fueron llenando de familiares de los marineros desaparecidos, esperando el milagro de ver aparecer los seres queridos, pero lo único que traían las olas eran restos del naufragio. Como curiosidad, decir que entre los supervivientes solo hubo un perro, habiendo quedado en tierra, además, dos afortunados marineros que perdieron el barco en Tánger.
Fue, pues, un defecto en la construcción del buque, junto con la imprudencia del capitán al no esperar a que amainara el temporal, lo que provocó su hundimiento y la desaparición de toda su tripulación bajo el mar. Ha sido uno de los peores naufragios de la marina española en cuanto a pérdidas humanas, cuyos restos yacen sepultados en algun punto de la costa gaditana.
Para leer más sobre este tema pinchad aquí: Un cementerio de barcos en aguas gaditanas.

domingo, 31 de agosto de 2014

Los diputados culiparlantes gaditanos

Las Cortes de Cádiz, cuyas primeras sesiones tuvieron lugar
en el Teatro de las Cortes de San Fernando, trasladándose
 posteriormente al Oratorio de San Felipe Neri de Cádiz
Se dice del diputado culiparlante aquel que asiste a las sesiones del Congreso sin intervenir para nada ni participar en los debates, limitándose a votar lo que les manda el partido, sin aportar nada. Es una palabra que ha adquirido relevancia en los últimos años de democracia española, que define a las claras la condición de muchos de nuestros parlamentarios, que acuden al Parlamento, cuando lo hacen, simplemente a ocupar un sillón, aunque eso sí, cobrando sus buenos sueldos y dietas por el mero hecho de asistir.
Pues bien, este vocablo tan peyorativo tiene su origen en las Cortes de Cádiz, que elaboraron y aprobaron la Constitución de 1812,  y que pone de manifiesto el ingenio gaditano a la hora de expresarse y de llamar a las cosas por su nombre. Pedro Payán Sotomayor, en su libro "El Habla de Cádiz", dice lo siguiente sobre los culiparlantes: 
"El diputado de las Cortes de Cádiz que nunca intervenía en los debates y que se limitaba a votar solamente. En las Cortes de Cádiz existían numerosos diputados que nunca hablaban y cuya intervención se reducía a votar. Como esto se hacía mediante el sistema de levantarse o quedarse sentado, el pueblo gaditano con su guasa de siempre, vino a llamar a estos diputados los culiparlantes, es decir los que hablaban con el culo".
Ahí queda eso. Como podemos ver, hay cosas que, por mucho que pase el tiempo, nunca cambian.

viernes, 8 de agosto de 2014

La esquina de San Miguel

En un artículo anterior, hablábamos de las curiosas esquinas gaditanas, con esos viejos cañones, guardacantones de fundición y postes de piedra, cuya función era protegerlas del roce de carros y carruajes, además de otras esquinas adornadas con bellas columnas de piedra ostionera, que les dan un toque artístico especial.
Esquina mostrando la imagen del Arcangel
San Miguel venciendo a Satanás
Pero hay una esquina, particularmente llamativa, ubicada entre las calles San Miguel y Javier de Burgos, justo enfrente del recién inaugurado Teatro Cómico, que muestra en una hornacina la imagen del arcángel San Miguel, espada en mano, derrotando a Satanás, el cual yace vencido a sus pies, configurando un bello conjunto escultórico. Este detalle pasa fácilmente desapercibido, porque está situado a la altura de la entreplanta de la casa gaditana en cuya esquina se halla, con lo cual hay que dirigir la mirada hacia arriba para descubrir este peculiar elemento urbanístico de Cádiz.
Detalle del grupo escultórico
Merece la pena, pues, detenerse un momento en nuestro caminar por esa calle para contemplar la espléndida escultura del Arcángel triunfante, algo ennegrecida por el paso del tiempo, protegiendo del mal el paso de los viandantes bajo sus alas.

viernes, 25 de julio de 2014

Las curiosas esquinas gaditanas

Cañón y guardacantón de fundición en una
esquina del casco antiguo gaditano
Si hay algo curioso del casco antiguo gaditano son las esquinas de las casas y calles de Cádiz, más en concreto los elementos que las protegen, conocidos como guardacantones o, simplemente, guardaesquinas. En algunas localidades, esta función la cumplen postes o antiguas columnas de piedra o mármol, para evitar su deterioro, pero en Cádiz la particularidad radica en que muchos guardacantones son cañones de artillería de los siglos XVII y XVIII que, tras dejar de ser útiles como armas de guerra, procedentes de las murallas y baluartes gaditanos y de navíos de guerra hundidos o naufragados en combates navales ocurridos en estas aguas, fueron reciclados y colocados en las esquinas para protegerlas de las ruedas de los carros y carruajes que transitaban por las calles.
Cañón con bala en la boca

Gracias a esto, hoy podemos apreciar estos peculiares elementos arquitectónicos, que en otro tiempo defendieron a nuestros antepasados de los ataques enemigos y que, posteriormente, pasaron a defender las esquinas de la ciudad, labor, desde luego, muchos más pacífica que la guerrera para la que fueron fundidos, cañones que, de otro modo, se habrían perdido casi con toda seguridad. Constituyen, pues, uno de los aspectos más característicos y llamativos del urbanismo gaditano.
Cañon hincado boca abajo mostrando la culata
Como curiosidad, varios de estos cañones presentan en su boca la bala o bomba, mientras que otros están enterrados boca abajo, mostrando, así, la culata o parte posterior de los mismos.

Muchas esquinas presentan, igualmente, guardacantones de fundición, colocados en los siglos XIX y XX, teniendo grabados algunos la marca del fabricante (como Fundición Gaviño) y la fecha de fabricación. También hay postes de piedra cubriendo las esquinas.

En cuanto al número de estos esquinales, según un estudio realizado, hay 114 cañones, 151 guardacantones de fundición y 26 postes (*).
Cañones en dos esquinas próximas
Cañones, guardacantones de fundición, monolitos de piedra y columnas constituyen, sin lugar a dudas, un elemento característico del patrimonio urbanístico gaditano, desconocido en muchos casos, que hay que proteger y conservar, pero que, desgraciadamente, no siempre es así, como ha ocurrido más de una vez en las reformas llevadas a cabo en algunas casas antiguas, en que han llegado a desaparecer durante las obras.
(*) "Guardacantones de Cádiz, cañones y esquinales", de Antonio Ramos Gil.

martes, 8 de julio de 2014

La primera derrota de Napoleón

Vista de la Bahía de Cádiz hacia 1813. La batalla tuvo lugar en el interior
de la Bahía, cerca de La Carraca
Entre los días 9 y 14 de junio de 1808 tuvo lugar en aguas de la bahía de Cádiz la primera derrota de las fuerzas napoleónicas en la guerra de Independencia española, un episodio histórico poco conocido y que no suele figurar en los libros de historia, ocupando este lugar la batalla de Bailén, sucedida un mes más tarde, en donde el general Castaños derrotó al general francés Dupont, siendo conducido, por cierto, con el resto de su ejército a la capital gaditana y recluido en el castillo de San Sebastián.
En la batalla de la Poza de Santa Isabel, que es como se conoce este hecho de armas, por el lugar donde se hallaba fondeada la escuadra francesa, frente a La Carraca, se enfrentaron los antiguos aliados franceses y españoles, al mando, respectivamente, de los almirantes François Etienne de Rosilly-Mesros y Juan Ruiz de Apodaca, como consecuencia de la invasión napoleónica de España, que obligaba a las autoridades gaditanas a exigirle la rendición o, en caso contrario, a declararle la guerra. La escuadra se hallaba en dicho lugar desde la derrota franco-española de Trafalgar ante los ingleses, en octubre de 1805. El objetivo del general Dupont era, precisamente, llegar a Cádiz para socorrer a los navíos franceses.
Ante la tardanza en proceder a dicha declaración a unas fuerzas navales enemigas instaladas en el mismo corazón de la bahía, el pueblo gaditano se rebeló, apresando y asesinando al gobernador de Cádiz, el general Solano, al que tildaban de afrancesado y responsabilizaban de retrasar el ataque. El nuevo gobernador, general Morla, dio la orden de ataque, ante la negativa del almirante Rosily de rendirse. Debido a dificultades de maniobrabilidad de los navíos españoles en un espacio tan limitado como es la bahía gaditana, se optó por el ataque con fuerzas sutiles, compuesta de botes y lanchas cañoneras, las cuales, por su mayor maniobrabilidad y rapidez al usar remos, podían causar mayor daño en los navíos franceses. Al mismo tiempo, se reforzaron las baterías de la Cantera y del Arsenal de la Carraca, en San Fernando, del Trocadero, en Puerto Real, y del castillo de Puntales, en Cádiz, para apoyar con fuego terrestre a las fuerzas navales españolas. La flota inglesa, por su parte, aliada ahora de España, bloqueaba la salida de la bahía.
Se puede ver la Poza de Santa Isabel en el centro de la
fotografía, de forma circular. En este lugar estaba fondeada
la escuadra francesa y se produjo la batalla. Al fondo Cádiz
El almirante francés, que esperaba la llegada de refuerzos por tierra, tuvo que rendirse finalmente, ante la imposibilidad de mantener su situación por más tiempo. Las bajas no fueron numerosas, ascendiendo a una veintena de muertos y unos cien heridos entre ambos bandos, pero sí fue elevado el número de prisioneros franceses capturados, alrededor de 3.700. La Armada española se apropió de los buques franceses, cuyos nombres eran: Neptuno, Heros, Plutón, Algeciras y Argonauta, resarciéndose de alguna manera de las graves pérdidas sufridas en la batalla de Trafalgar, provocada por la incompetencia del mando francés.
Lápida conmemorativa de la batalla en el paseo de Bahía Sur, San Fernando

 

jueves, 26 de junio de 2014

Guacamayos y Lechuginos

Voluntario Distinguido
conocido como Guacamayo
Durante los años de la guerra de Independencia, entre 1808 y 1814, se formaron en Cádiz unos batallones especiales conocidos como Voluntarios Distinguidos, cuyo nombre se debía a que sus miembros procedían de familias pudientes de Cádiz, al tener que costearse ellos mismos el uniforme, el armamento y la manutención. Eran unos cuerpos de élite creados para la defensa de la ciudad ante el ataque inminente, que se esperaba, de las tropas napoleónicas. A diferencia de otros cuerpos militares y regimientos, los Voluntarios Distinguidos no podían ser trasladados a otros puntos de España, pues su campo de acción era exclusivamente Cádiz, lo cual era un privilegio en aquellos días de guerra.
Para detener ese ataque inminente de los franceses, que nunca llegaría a producirse, se construyó el fuerte de Cortadura que aún hoy podemos contemplar a la entrada de Cádiz. En cambio, asediaron  la ciudad y la bombardearon desde las baterías de Matagorda y el Trocadero, al otro lado de la Bahía, pero debido a la lejanía de estos lugares respecto a la capital, las bombas apenas hicieron daño y muchas ni siquiera llegaron a explotar, lo que fue motivo de burla por parte de los gaditanos, como queda de manifiesto en las letrillas y canciones que se compusieron entonces con ese motivo.
Voluntario Distinguido con
otro uniforme
Lo más llamativo de estas milicias era, sin duda, el colorido de su vestimenta, y de ahí los nombres curiosos con que eran conocidos popularmente, fruto del ingenio gaditano. El historiador local del siglo XIX Adolfo de Castro se refiere a ellos en su Historia de Cádiz y Provincia:

"Pavos" se llamaban a los de las milicias urbanas; "guacamayos" a los voluntarios distinguidos, por el color del uniforme; "cananeos" a los cazadores por usar cananas; "perejiles" a los artilleros de Puntales; "lechuginos" a los voluntarios de Puerta Tierra".

 De éstos, los que más resaltaban eran los guacamayos, por el vivo colorido de su vestimenta, consistente en una casaca roja con cuello verde, pantalón ajustado a las piernas y correajes blancos. Un sombrero con plumas y cabos de plata, corbatín negro y sable a la manera española completaban el conjunto. También los lechuginos, que eran los Voluntarios de Extramuros, así llamados por trabajar en las huertas de Puerta Tierra.

Artillero Distinguido
Junto a perejiles y cananeos, otros batallones eran las Milicias Urbanas, cuya vestimenta era azul, con botones amarillos y sombrero con plumero de color granate, y los Voluntarios Gallegos, oriundos en su mayoría de esta región , también llamados obispos, por el color de su uniforme y polainas negras.
En cuanto a hechos militares, destacaron los artilleros de Puntales, los llamados perejiles, en la defensa del castillo del mismo nombre, continuamente acosados por las bombas, granadas y balas disparadas por las tropas francesas desde el Matagorda y el Trocadero, que los Voluntarios respondían, a su vez, con sus armas.
Otro escritor y político gaditano de la época, Antonio Alcalá Galiano, en Memorias de un Anciano, refiere otro episodio singular protagonizado por los Voluntarios, describiendo el proceder de estas fuerzas en los días del asedio de Cádiz.:

Hasta entonces, aquella milicia, casi en todo semejante a la nacional de nuestros días, no había pasado de cubrir los puestos del casco de la plaza con los anejos castillos de San Sebastián y Santa Catalina, con su uniforme pardo, o de lucir el encarnado, remedo del inglés, en la procesión del Corpus y otras fiestas, haciendo triste figura con sus galas, porque los sombreros de picos o apuntados con que cubríamos la cabeza eran diferentísimos en hechura, pro­duciendo esto en la tropa formada un efecto desagradable a la vista.
Artillero de Extramuros
Pero necesitándose emplear en la expedición destinada a pelear fuera de la isla Gaditana y en las líneas de ésta la numerosa fuerza que las guarnecía, hubo de resolverse que, saliendo del recinto y murallas de Cádiz, fuésemos los voluntarios a cubrir los puestos avanzados de la Cortadura y baterías a ella inmediatas, a no larga distancia de la boca del Trocadero con los fuertes de Matagorda y Fortluis (San Luis) ocupados por los franceses. 
Levísimo, o aún puede decirse ningún peligro había que correr en aquellos lugares; porque el castillo de Puntales, próximo a ellos, y donde solían llegar las bombas y balas enemigas, y perderse vidas, no estaba incluido en los puntos en que habíamos de hacer servicio. Pero así y todo nos pareció la faena a que nos vimos destinados una verdadera salida a campaña. 
Por su orden, los cuatro batallones que figuraban ser de línea (vulgo guacamayos), y los dos de ligeros (alias cananeos), en seis días consecutivos marchamos ufanos a nuestra grande empresa, siguiendo desde entonces en dar guarnición a aquellos puntos. La música de un batallón, pues sólo uno la tenía, fue sucesiva­mente acompañando a todos en la primera salida de cada uno. Tuvimos cuidado de hacer nuestras mochilas lo más pesadas posible, para dar prueba a los espectadores, y aún dárnoslas a nosotros mismos, de nuestra fortaleza; elegimos para romper la marcha el punto más distante de aquel donde íbamos a parar, a fin de hacer con lo trabajosa más meritoria la jornada, y, acompañando con el canto la música instrumental, entonando las canciones patrióticas de aquellos días, en los cuales, como desde 1820 hasta 1823, era uso dar muestras del patriotismo en el canto, caminamos entre aplausos, y anduvimos una bue­na media legua con nuestra carga sin sentir fatiga; ¡tan ligero hacía el peso el nada fundado, pero sí sincero entusiasmo! 
Voluntario conocido
como Cananeo
(...)Ni una sola desgracia, aun de las más leves, ocurrió a los que, hasta 1812, siguieron ocupando aquellos puntos, aunque de ellos a la batería llamada la Furia, y además a la que tenía por nombre la Venganza, solían llegar balas y aun granadas; pero, buscando a tiempo, como era fácil, el abrigo de los salchichones de tierra y retama de que estaban hechas, venía a ser ninguno el peligro. Aunque llegó a ser modesto o enfadoso pasar tanto tiempo sobre las armas, pues cada seis días había que entrar de guardia, y en hacerla en los puntos fuera de puertas se consumía buena parte de dos; con todo, lo divertido, pues lo era hasta cierto punto, de la ocupación, hacía la molestia llevadera. Las inmediaciones de la puerta de tierra habían sido, y por muchos años han seguido siendo para los gaditanos, lugar de recreo y fiesta, y, por cierto, rara vez de recreo provechoso. Pasaban, pues, los días de guardia como de gresca y broma, riéndolos de comilonas en los vecinos ventorrillos. 
El Carnaval de Cádiz, intérprete siempre de la actualidad y del sentir gaditanos, frecuentemente recoge en sus tipos y letras episodios y personajes históricos de la ciudad. Así, en el año 1984 salió un coro llamado "Guacamayos y Lechuginos", en recuerdo de los Voluntarios Distinguidos de Cádiz.
Coro Guacamayos y Lechuginos en el Teatro Falla

martes, 20 de mayo de 2014

La Muralla Escondida


Arriba, la Muralla del Vendaval o del Sur oculta por los bloques de hormigón;
debajo, mostrándose en todo su esplendor, resistiendo los embates del  mar. 
Con este nombre llamo a este importante sector del sistema defensivo de Cádiz conocido como muralla del Vendaval, que protege, o habría que decir más exactamente protegía, todo el frente del Campo del Sur de los embates del mar, especialmente de los fuertes temporales que suelen azotar esta costa en los meses de otoño e invierno. Es una muralla del siglo XVIII, construida sobre el acantilado natural que existía en esta zona, y que se extiende desde el baluarte de Capuchinos, frente a la iglesia del mismo nombre, hasta el de San Roque, junto a las Puertas de Tierra, habiendo sufrido diversas reformas y transformaciones, especialmente en ésta última zona, debido a los numerosos socavones provocados por la acción del mar a lo largo del tiempo.
Escondida, efectivamente, de nuestra vista por esos horrorosos bloques grises de hormigón que, sin ningún tipo de respeto por un patrimonio monumental tan notable como es la muralla que bordea en gran parte el casco antiguo, fueron arrojados al lugar que hoy ocupan hace ya bastantes años, a mediados del siglo pasado, para proteger esta parte de la ciudad de dichos temporales. No se procedió, por ejemplo, como se hizo posteriormente con la muralla del Paseo de Santa Bárbara y la Alameda, que fue reforzada en su parte inferior de forma adecuada para contener el oleaje. Es probable que este procedimiento restaurador sea más complejo y caro, pero, desde luego, es más respetuoso con el conjunto defensivo.
Lo cierto es que en el Campo del Sur, por desgracia, se optó por lo más fácil, es decir, arrojar sin más los bloques, amontonándolos unos encima de otros, como si se tratara de un simple espigón o escollera sin ningún interés histórico o artístico, y sin importar para nada el daño urbanístico y estético ocasionado a la imagen de esta zona de la ciudad. Basta comparar un grabado o fotografía antigua de esta muralla con su imagen actual para apreciar el cambio a peor que se ha producido, privándonos a gaditanos y turistas de esa espléndida panorámica de la muralla que se vislumbra bajo el caserío y la Catedral sin los susodichos bloques de hormigón. Es como si, de repente, echaran bloques ante la muralla de la Alameda y del Baluarte de la Candelaria, nos podemos imaginar fácilmente el daño que provocaría a esta zona privilegiada de la ciudad.  Pues lo mismo pasó con la muralla del Vendaval, ocultándola a nuestra contemplación. 
Sería deseable que las autoridades se replantearan la retirada de esos bloques y se procediera a la reparación de la muralla en lo que fuera necesario, un coste económico que, sin duda, terminaría beneficiando a la ciudad. Otra solución podría ser retirar los bloques superiores, dejando los inferiores, que son los que están al nivel del mar y los que realmente reciben las embestidas más fuertes, quedando así visible, al menos, una parte importante de la muralla; así se pondría en valor un magnífico ejemplo de un tramo de las antiguas defensas gaditanas, esas que dieron el carácter de plaza fuerte e inexpugnable que Cádiz  tuvo en el pasado, preciosa joya de la corona española, tantas veces codiciada por el enemigo. Y, de paso, sería una medida necesaria de higiene y limpieza, pues hay pocos lugares en Cádiz donde se concentre tanta suciedad y abandono como entre estos bloques de hormigón.

miércoles, 7 de mayo de 2014

El Teatro Romano de Gades

Teatro romano de Cádiz. En la foto, parte de la media cavea
El teatro romano de Gades es el principal  resto arqueológico del pasado romano gaditano que ha llegado hasta nuestros días. Descubierto casualmente en 1980, estuvo durante muchos siglos oculto bajo edificaciones de épocas posteriores, tanto musulmanas como cristianas medievales, como el desaparecido Castillo de la Villa, y edificios notables del barrio del Pópulo como la Posada del Mesón, parte de la Catedral Vieja y la guardería municipal, y más recientes, como la Fundición Vigorito.
Galería interior por donde circulaba el público
que accedía a las gradas
Construido en el siglo I a. de C., es el teatro más antiguo de Hispania. Formaba parte, junto con otras grandes construcciones públicas, como el anfiteatro, que estaría situado en el barrio de Santa María, del proyecto de engrandecimiento de Gades llevado a cabo por Lucio Cornelio Balbo El Menor, magistrado principal de la ciudad. En los últimos años, en las excavaciones realizadas en varios solares de dicho barrio, han aparecido numerosos restos romanos. 
Entre las características del teatro, destaca como particularidad su planta ultrasemicurcular o de herradura, al estilo de los teatros griegos, forma que los constructores romanos abandonarían posteriormente por la semicircular, y su gran tamaño, teniendo un diámetro de 120 metros, siendo uno de los más grandes no solo de España, sino de todo el Imperio romano. Tenía capacidad para 20.000 espectadores, en una población de unos 50.000 habitantes, lo que da idea de la importancia de la ciudad en aquella época. Construido a base de hormigón romano, mampostería y sillares de piedra ostionera, aprovechando el desnivel natural del suelo, los espectadores tenían su lugar en el graderío dependiendo de su condición social: el pueblo en general, las mujeres y los esclavos en las gradas superiores llamada summa cavea, mientras que las clases altas y las autoridades en las inferiores, que eran la parte noble, llamada ima cavea, y la orchestra, espacio semicircular situado ante el escenario, habiendo una zona intermedia, la media cavea, que es la zona al descubierto del teatro gaditano. Tanto la escena como el pórtico trasero permanecen ocultos bajo las casas del barrio del pópulo. Los vomitorios permitían la entrada y la salida de las gradas hacia la galería interior, zona por la que circulaban los espectadores, y que hoy presenta un buen estado de conservación.
El teatro de Gades era, desde luego, un teatro digno de una gran urbe como era Cádiz en aquella época, que tuvo su momento de esplendor, pero que a partir del s. IV fue decayendo hasta quedar en ruinas. Gracias a que quedó enterrado y olvidado bajo construcciones posteriores se ha podido conservar. En la actualidad, está cerrado al público, llevándose a cabo trabajos de excavación con la idea de abrirlo al público una vez concluyan los mismos. El proyecto es hacer visitable las zonas inferiores del teatro ocultas en el subsuelo del Pópulo (orchestra, escena y pórtico) una vez estén acondicionadas.

miércoles, 23 de abril de 2014

Los nombres de Cádiz

Bahía de Cádiz en la Antigüedad. En trazo más
tenue se aprecia la línea de costa actual.
A lo largo de su historia, Cádiz ha tenido distintas denominaciones, siendo nombrada de una u otra forma según los pueblos que la fueron colonizando, aunque conservando en general la misma raíz.
Los fenicios, primeros navegantes en llegar a estas costas, la bautizaron con el nombre de Gadir, que en su lengua significa "recinto cerrado o fortificado", por las murallas que la defendían.
Los griegos la denominaron Gadieras, forma plural que hacía referencia al conjunto de islas o pequeño archipiélago que constituía entonces Cádiz, islas cuyos nombres eran Erytheia, la más pequeña de todas, correspondiente a la zona que hoy ocupa la Torre Tavira y alrededores, donde se encuentra el yacimiento fenicio Gadir, separada por un brazo de mar de Kotinoussa, isla alargada que se extendía desde la punta de San Sebastián hasta el islote de Sancti Petri, llamada así por los acebuches que crecían en su suelo, y Antípolis, correspondiente a la actual San Fernando.
El origen del nombre Gadir y Gadeiras procedería, según la mitología griega, de un rey atlante llamado Gadiro o Gadeiro, que reinaría en este extremo de la legendaria Atlántida.
Con la conquista romana, pasó a denominarse Gades, una de las más importantes urbes, no solo de Hispania, sino de todo el imperio. Julio César la nombró Augusta Urbs Julia Gaditana, tras conceder a sus habitantes la ciudadanía romana en señal de gratitud por haberle apoyado en su guerra con Pompeyo por el dominio de Roma, de donde procede el actual gentilicio de gaditano-a.
Bajo la dominación musulmana, momento en que la ciudad pierde su antigua importancia y esplendor, su nombre cambió al de Yazirat Qadis, Isla de Cádiz. Y tras su Reconquista por el rey castellano Alfonso X el Sabio, en el siglo XIII, empezó a llamarse con su actual denominación de Cádiz, apareciendo en los mapas medievales con la forma Caliz.
Junto a su topónimo, Cádiz también ha sido bautizada poéticamente de diversas maneras: Sirena del Océano, por Lord Byron, poeta romántico inglés de principios del siglo XIX; Salada Claridad, así llamada por Manuel Machado en su "Canto a Andalucía"; Señorita del Mar, por José María Pemán en su "Piropo a Cádiz"; Tacita de Plata, su denominación, quizás, más popular, por la forma de la ciudad en los siglos XVIII y XIX y por la limpieza de sus calles en esa época; y, finalmente, Cai, que es como se la nombra en el mundo del cante flamenco y de la copla.

viernes, 4 de abril de 2014

Un cementerio de barcos en aguas gaditanas


Cargamento de ánforas romanas en el fondo del  mar
Un aspecto interesante, aunque poco conocido, de Cádiz son las riquezas que esconden sus aguas. No me refiero, en este caso, a los tesoros naturales de la vida marina, en forma de plantas y animales acuáticos, sino a aquellos otros procedentes de la acción del hombre, como pueden ser los barcos hundidos a lo largo de la historia a causa de naufragios, y que siguen ahí, olvidados en las profundidades, a merced de la erosión y las corrientes marinas, esperando ser rescatados alguna vez para nuestro disfrute y contemplación, como una parte recuperada del pasado. Son muchos los navíos hundidos en las aguas gaditanas, como no podía ser de otra forma en una costa con tanta historia y en un enclave tan estratégico como éste, cruce de caminos y paso de civilizaciones diversas. Naufragios causados por temporales, por guerras, por accidentes o por fallos técnicos o humanos desde los tiempos más remotos.
Batalla de Trafalgar, ocurrida el 22 de octubre de 1805.
 Supuso la pérdida de la flota conjunta  hispano-francesa 
frente a la inglesa y el final del poderío naval español
Sepultados bajo estas aguas yacen restos de barcos o pecios, nombre con el que se conoce estos yacimientos arqueológicos subacuáticos, de los pueblos que han pasado por aquí, muchos de ellos perdidos para siempre. Es fácil imaginar la cantidad de naves, y con ellas, las riquezas que transportaban, que en el transcurso de los siglos han naufragado frente a nuestras costas, paso obligado desde la antigüedad de importantes rutas comerciales. Desde naves fenicias o romanas, transportando ricos cargamentos de todo tipo de productos con los que comerciaban (ánforas conteniendo vino o aceite, productos manufacturados, metales preciosos...), pasando por galeones cargados oro y plata procedentes de las colonias americanas y que tenían, primero en Sevilla y después en Cádiz, sus puertos de partida y llegada, sin olvidar, naturalmente. la tragedia de las guerras en estas aguas, con esos grandes navíos idos a pique, junto con sus tripulaciones, por los cañonazos del enemigo, como en la batalla de Trafalgar, algunos de los cuales aún reposan en este cementerio de barcos que es la Bahía y el Golfo de Cádiz.
Mapa con localizaciones de naufragios de los siglos
 XV al XIX a lo largo de la costa gaditana
De los naufragios sucedidos a lo largo de la historia en las costas gaditanas, se conoce la localización bajo la superficie marina de algunos de ellos, conocidos como pecios, gracias a la labor de investigación llevada a cabo por el Centro de Arqueología Subacuática de Cádiz, ubicado en el Balneario de la Palma, a las referencias de submarinistas independientes y a los datos aportados por la documentación antigua.
Así, naufragios de época púnico-romana se han localizado en diversos puntos de la bahía gaditana, tanto restos de embarcaciones como sus cargamentos: en El Aculadero, en el Puerto de Santa María; en la zona del Puente Carranza; en la Punta de la Nao y otros puntos de la Caleta, enclave especialmente rico en hallazgos arqueológicos, así como en el islote de Sancti-Petri.
De época moderna, del siglo XVI en adelante, hay localizados en este mismo islote y en la costa de Conil, gran cantidad de cañones de hierro correspondientes a galeones hundidos, como también en la Caleta, concretamente en las inmediaciones del Castillo de San Sebastián, y pecios de los siglos XVIII y XIX en la Cabezuela y en la Carraca,  cuyo Arsenal ha destacado en la construcción naval en los últimos tres siglos.
Hay localizados, igualmente, cañones, anclas y otros restos en aguas de Bolonia y Tarifa. En la bahía de Algeciras, hay un pecio del siglo XVII en la zona de la Ballenera y otro en Punta Europa. Éste último podría tratarse de un navío inglés hundido a finales del siglo XVII con un cargamento de oro.
El Santísima Trinidad, buque insignia de la 
marina española y el más grande de su 
tiempo, hundido en 1805. Yace sumergido
 en aguas de Barbate
Recientemente, con motivo de las obras de la nueva terminal de contenedores del puerto de Cádiz, aparecieron lingotes y monedas de plata de dos pecios de los siglos XVII y XVIII. No es la primera vez que aparecen restos antiguos en estas aguas, pues los dragados efectuados en años anteriores en el canal de acceso al puerto gaditano han aportado numerosos hallazgos, algo normal teniendo en cuenta la importancia histórica de este puerto.
Los naufragios, quizás, más sugestivos por su significación histórica fueron los producidos durante la batalla de Trafalgar en el año 1805, de los que hay localizados con seguridad, al menos, tres: el Santísima Trinidad, el Bucentaure y el Fougeaux, los dos primeros, curiosamente, buques insignias de las flotas española y francesa respectivamente, aliadas en la batalla. Hay que decir que, junto con los barcos, el mar se tragó a centenares de hombres de las tres nacionalidades que lucharon en esta sangrienta batalla naval.
El Santísima Trinidad, el buque de guerra más grande que surcaba entonces los mares, comandado por el almirante Federico Gravina, destrozado por el fuego enemigo, se hundió en la tormenta que se desencadenó tras la batalla mientras era remolcado por los ingleses a Gibraltar. Está localizado en aguas de Barbate. La Universidad de Cádiz propuso hace pocos años un proyecto para reflotar los restos del navío y convertirlo en museo.
El Bucentaure, buque insignia francés comandado por Pierre Villeneuve, jefe de la escuadra franco-española, derrotada por la flota inglesa en Trafalgar, hundido también por el fuerte temporal que se levantó mientras intentaba alcanzar el puerto de Cádiz, yace sumergido en una zona de la Caleta conocida como Bajo de Chapitel, donde hay localizados una veintena de grandes cañones.
Objetos recuperados del buque francés Fougeaux, sumergido 
frente a la playa de Camposoto, en San Fenando
Por último, los restos del otro buque francés, el Fougeaux, reposan frente la playa de Camposoto, en San Fernando, donde se fue a pique, junto con los quinientos hombres de su tripulación. Se han contabilizado una gran cantidad de cañones y se han recuperado diversos objetos de uso cotidiano.
A finales del siglo XIX tuvo lugar el hundimiento del crucero Reina Regente, debido a un fuerte temporal, siendo el mayor naufragio sucedido en aguas gaditanas en tiempo de paz, del que aún no se han localizado sus restos. (Pinchad en el enlace).
No quisiera terminar este artículo sobre naufragios sin mencionar el famoso caso del descubrimiento, en el año 1904, de una gran cantidad de monedas de plata del siglo XVIII en la playa de la Victoria, enterradas en la arena, procedentes de un antiguo naufragio, hecho que levantó una gran expectación en la ciudad de Cádiz y que quedó inmortalizado en el conocido tango gaditano de Los duros antiguos, compuesto por Antonio Rodríguez Martínez, Tío de la Tiza.

sábado, 15 de marzo de 2014

Cádiz, ¿la ciudad más antigua de Occidente?

Restos de la antigua Gadir bajo el Teatro Cómico de Cádiz. Siglo IX a. de C.
En un artículo anterior formulé la pregunta de si Cádiz es, en realidad, la ciudad más antigua de Occidente, como tradicionalmente se ha venido afirmando, y así consta en las fuentes clásicas, fundada por los fenicios procedentes de Tiro, en el Líbano actual, en el año 1.104 a. de C., o hay que hacer caso de los datos aportados por la Arqueología, que sitúa dicha fundación a finales del s. IX a. de C., es decir, tres siglos posterior. En mi opinión, la respuesta es afirmativa.
Objetivamente, no se puede cuestionar una ciencia precisa en cuanto a la datación histórica de los hechos humanos como es la Arqueología, cuyos métodos estratigráficos de recogida de información, a través de los restos materiales y humanos conservados de las civilizaciones antiguas, permite un conocimiento fiable de la historia de la humanidad. Pero esto no indica que, por el mero hecho de no haberse encontrado hasta el momento un determinado resto arqueológico que avale esa antigüedad, no pueda aparecer en futuras excavaciones. Esto es, precisamente, lo que ha ocurrido en Cádiz en los últimos años, pues antes del descubrimiento de los restos fenicios aparecidos en las obras del Teatro Cómico, en la calle San Miguel, tras la Torre de Tavira, la arqueología fechaba la fundación de Gadir en el siglo VIII a. de C. Pero, a raíz del descubrimiento de dichos restos, que son hasta el momento los más antiguos encontrados en la ciudad, se ha podido retrasar la fecha arqueológica de esta fundación , con lo que puede ser cuestión de tiempo que la misma ciencia confirme la trimilenaria historia gaditana. En concreto, los restos consisten en varias viviendas en torno a dos calles, situados a varios metros de profundidad con respecto al nivel actual del suelo, hasta ahora el yacimiento arqueológico fenicio más antiguo de todo el Mediterráneo occidental.
Con respecto a dichas fuentes antiguas, no se puede poner en duda las mismas tan a la ligera, como se ha pretendido algunas veces, pues los historiadores antiguos que fecharon Gadir dándole esa antigüedad estuvieron mucho más cerca en el tiempo que nosotros de los acontecimientos que narraron, y con toda probabilidad usaron fuentes fiables en su época que no nos han llegado. Si para tantos hechos de nuestro pasado sí damos crédito a las fuentes escritas, a falta de otros datos, ¿por qué no podemos hacer lo mismo con respecto a los orígenes de Cádiz?
Por tanto, no hay por qué poner en duda la veracidad de la fecha tradicional de la fundación de Cádiz en el año 1.104 a. de C., con lo que la ciudad sería, efectivamente, la más antigua de Occidente, y esperar a que, a no mucho tardar, la arqueología confirme esta mítica fecha.

jueves, 6 de marzo de 2014

El Carnaval Gaditano

En diferentes lugares del mundo se celebran carnavales, algunos tan famosos y espectaculares como los de Río de Janeiro o Venecia, que atraen a millones de personas. En España, país de arraigadas fiestas y tradiciones, los más conocidos e importantes son los de Tenerife y Cádiz, pero en muchos pueblos y ciudades, tanto andaluces como de otras regiones, también se celebran buenos carnavales.
Coro en la plaza de la Catedral
Si algo distingue al carnaval gaditano es su forma de expresarse y su singularidad. Esto se evidencia ya desde sus mismos orígenes, al ser el resultado de una mezcla de estilos, manifestación, por otra parte,  de sus mismas circunstancias históricas: carnaval italiano (herencia de la importante colonia de comerciantes genoveses establecidos en Cádiz desde finales de la Edad Media), con aires caribeños (merced a los intensos intercambios comerciales y culturales entre ambas orillas del Atlántico a través del puerto gaditano) y un toque de flamenco andaluz, que le dan esa riqueza y esa distinción tan características.
Es un carnaval con distintos tipos de agrupaciones. Unas son oficiales, como los coros, comparsas, chirigotas y cuartetos que participan cada año en el Concurso de Agrupaciones del Gran Teatro Falla, procedentes tanto de la capital como de poblaciones de la provincia, de Andalucía e, incluso, de otros puntos de España. Otras son las llamadas ilegales, chirigotas familiares o formadas por grupos de amigos, que recorren las calles de la ciudad y que animan la fiesta ofreciendo sus variopintos tipos y repertorios, dándole al carnaval gaditano ese carácter popular que tanto llama la atención a los visitantes. Junto a ellas, los romanceros, formado por una o dos personas, que con un cartel o tablón y un palo van contando la actualidad de una forma burlesca y atrevida, animando también con su presencia las calles del centro. Sin olvidar, por supuesto, el carrusel de coros en las bateas, uno de los acontecimientos más espectaculares, ofreciendo al público congregado en calles y plazas sus vistosos tipos y sus tangos y cuplés.
Chirigota de las llamadas ilegales cantando en la calle
De los cuartetos, decir, como curiosidad, que solo en Cádiz se pueden formar cuartetos de ¡tres o de cinco! componentes, aparte, naturalmente, de los de cuatro, como corresponde.
El gaditano es, además, el carnaval más largo que se conoce, pues se inicia, de manera oficiosa, casi inmediatamente después de las fiestas navideñas, con las conocidas citas gastronómicas de la pestiñada, ostionada y erizada, una ocasión inmejorable para degustar estos productos típicos. Poco después, empieza el Concurso del Falla, que dura varias semanas, finalizado el cual el pregón da comienzo oficial a la semana grande del carnaval gaditano, en febrero o marzo, según sea el calendario de la Semana Santa, prolongándose más allá del martes de Carnaval, que en otras localidades suele poner fin a la fiesta con el entierro de la sardina. Ya en plena Cuaresma, el llamado Carnaval Chiquito o Carnaval de los más hartibles como también se le conoce, un fin de semana después del domingo de piñata, pone punto y final a la gran fiesta gaditana, aproximadamente unos dos meses después de iniciada. Ya toca esperar al próximo año, aunque para los coristas, comparsistas y chirigoteros, será antes, solo unos meses, pues a partir de septiembre, normalmente, comienzan los nuevos ensayos.
Pero, quizás, sea el habla gaditana, manifestada en las letrillas de las coplas, las expresiones populares propias de esta tierra, la gracia, la agudeza, la ironía, el rasgo más característico del carnaval de Cádiz, y lo que le ha dado mayor fama, rasgo ciertamente inimitable. Palabras que, como chirigota y otras, ya se han incorporado plenamente a la lengua española y que cada vez son más usadas en el conjunto de España.

martes, 25 de febrero de 2014

La fundación de Cádiz

En naves como ésta llegaron los fenicios
a las costas gaditanas hacia el año
1.100 a. de C.
Los fenicios, ese famoso pueblo de navegantes y comerciantes de la Antigüedad, originarios del actual Líbano, en el Mediterráneo oriental, llegaron a las costas de la Península Ibérica, en el lejano  Occidente, en torno al año mil antes de Cristo. Poco a poco, los fenicios habían ido creando a todo lo largo de la cuenca mediterránea un verdadero emporio comercial, con numerosas factorías o colonias, desde las que controlaban el comercio de cada zona. Tras arribar al Estrecho de Gibraltar, conocido como las Columnas de Hércules, el fin del mundo entonces conocido, se internaron en un inmenso océano desconocido y tenebroso buscando nuevas rutas comerciales.
En aquel confín existía un misterioso reino llamado Tartessos, cuyo territorio se extendía por las actuales provincias de Huelva, Sevilla y Cádiz, poseedor de ricos yacimientos de oro y plata. En su búsqueda de un lugar estratégico donde establecerse y desde el que poder comerciar con el nuevo reino recién descubierto, los fenicios fundaron Gadir (Cádiz). Pero lo hicieron en el tercer intento, después de dos anteriores fallidos por establecerse en otras zonas de la costa andaluza.
Estrabón, geógrafo griego del siglo I a. de C., en su obra titulada Geografía, dice lo siguiente sobre la fundación de Gadir:
Cádiz hace 3.000 años
"Cierto oráculo envió a los tirios a fundar un asentamiento en las Columnas de Herakles... Con la idea de que allí se encontraban entonces las Columnas de que había hablado el oráculo, echaron el ancla en cierto lugar, sin atravesar el estrecho, allí donde hoy se levanta la ciudad de los sexitanos (de Sexi, actual Almuñécar). Mas como en este punto de la costa ofreciesen un sacrificio a los dioses y las víctimas no fueron propicias, se volvieron.
Tiempo después, los enviados atravesaron el estrecho, llegando hasta una isla consagrada a Herakles, sita junto a Onoba (Huelva), ciudad de Iberia. Como creyeran que allí estaban las Columnas, sacrificaron otra vez a los dioses, pero los signos fueron nuevamente adversos y regresaron a su patria.
En la tercera expedición fundaron finalmente Gadeira (Cádiz), alzando el santuario (el templo de Hércules, en el actual islote de Sancti-Petri) en la parte oriental de la isla y la ciudad en la occidental."
Así fue como, a la tercera, llegaron los fenicios y fundaron Gadir, próspera ciudad que siglos después heredarían cartagineses y romanos, con quienes la ciudad alcanzaría gran esplendor e influencia.
Tradicionalmente, la fecha de esta fundación se ha situado en el año 1.104 a. de C., "ochenta años después de la caída de Troya", según testimonio de un historiador romano llamado Veleyo Patérculo, con lo cual Cádiz sería la ciudad más antigua de Occidente, aunque los restos arqueológicos más antiguos encontrados hasta la fecha datan del siglo IX a. de C. Sobre este asunto trataremos en un próximo artículo.

martes, 18 de febrero de 2014

La insularidad de Cádiz

 
Cuando entramos en Cádiz, bien sea por el puente Carranza, sobre aguas de la Bahía, o por la autovía procedente de San Fernando, vemos que el mar rodea prácticamente a la ciudad, excepto por esta última zona, un tómbolo arenoso sobre el que discurre dicha autovía. Pues bien, si hay algo singular y digno de destacar de la geografía gaditana, es, precisamente, su condición de isla, hecho que pasa desapercibido y que apenas es conocido, incluso entre muchos gaditanos. Una insularidad que comparte con la vecina San Fernando, que no en vano es conocida popularmente como La Isla, en recuerdo de su antiguo nombre de Isla de León. 
Para entender esta realidad geográfica habría que remontarse a la prehistoria, cuando la bahía gaditana estaba formada por un pequeño archipiélago de tres islas frente a la desembocadura del río Guadalete cuyos aportes sedimentarios fue colmatando la bahía a lo largo del tiempo, dando origen a las actuales marismas, cubriendo un espacio anteriormente ocupado por el mar, y uniendo prácticamente las islas entre sí.
Este era el paisaje que encontraron los fenicios cuando llegaron a estas costas hace tres mil años, estableciendo su base y fundando Gadir en la más pequeña de las islas, situada al norte, en lo que hoy es la zona de la Torre Tavira y alrededores, en pleno casco antiguo. Frente a ella, separada por un brazo de mar, se situada otra isla más estrecha y alargada, donde los romanos crearon una nueva ciudad frente a la vieja Gadir, de nombre Neápolis, en los actuales barrios del Pópulo y Santa María. Esta isla se extendía hasta el islote de Sancti-Petri, donde se ubicaba el famoso Templo de Melkart fenicio o de Hércules y actualmente un castillo recientemente restaurado. La tercera isla, algo más alejada, estaría ubicada al este, donde hoy se asienta la ciudad de San Fernando. Con el paso de los siglos, este paisaje fue cambiando. Las dos primeras islas se fusionaron al cegarse el canal que las separaba, uniéndose posteriormente ambas con la de San Fernando, y ésta con la costa merced a la formación de las marismas, que hoy constituyen el Parque Natural de la Bahía de Cádiz. Isla Gaditana era el nombre con el que también se conocía a Cádiz y San Fernando durante la edad moderna. Y en la actualidad, ésta última, como dije al principio, sigue siendo conocida como La Isla y sus habitantes, isleños.
El caño de Sancti-Petri, que separa La Isla del municipio de Puerto Real y que conecta la bahía gaditana con el mar abierto, es el responsable geográfico de dicha insularidad. Otro caño más estrecho, el río Arillo, separa aún los municipios de San Fernando y Cádiz, reafirmando el carácter insular de ambas localidades.

viernes, 7 de febrero de 2014

Antes, una breve presentación...


Cádiz, ciudad de larga historia, la más antigua de Occidente, cuna de la libertad y de la primera Constitución española, es un lugar que esconde sorpresas y tesoros por descubrir, pero también curiosidades que desvelar.
Curiosidades diversas que podemos encontrar en su historia trimilenaria, en sus manifestaciones artísticas, en sus costumbres y tradiciones, en su gastronomía, en su habla, en su misma geografía o en la manera de ser de los propios gaditanos. Cada ciudad es única, pero Cádiz, desde luego, lo es por muchas razones.
Es, para empezar, la capital española y europea más meridional del continente, cuya privilegiada situación geográfica y estratégica la ha marcado históricamente como puente entre el Viejo y el Nuevo Mundo. Si decimos que, además, es una isla, muchos se sorprenderán. De aquí eran, por poner un ejemplo histórico, las famosas bailarinas que tanto encandilaban en la Roma imperial, las puellae gaditanae, arte de la danza que siguen conservando las muchachas de esta ciudad y su provincia. De ella, siglos después, partió Cristóbal Colón en su segundo y tercer  viajes al Nuevo Mundo, y en 1812 fue cuna de la primera Constitución española, ciudad liberal por excelencia, única de España, junto a la vecina San Fernando, libre de la ocupación napoleónica. Y si hablamos de sus fiestas, qué decir de la originalidad de su Carnaval, con sus peculiares letrillas, o, en general, del habla gaditana, merecedora por sí sola de todo un tratado.  Hasta para decir que vamos al centro o al casco antiguo decimos los gaditanos que vamos a Cádiz, como si la parte nueva fuera otra ciudad, o si alguien vive en el centro pues que vive en Cádiz... Por cierto,  los que viven en el casco histórico, son guacamayos, y los de extramuros, lechuginos, dicho en lenguaje local, herencia terminológica de principios del siglo XIX. 
En fin, amigos, historias y curiosidades gaditanas que iremos desvelando poco a poco a lo largo de las páginas de este blog, al cual os doy la bienvenida y al que os animo a seguir y a participar en él. Un saludo.
 
Fernando Pérez García