domingo, 31 de agosto de 2014

Los diputados culiparlantes gaditanos

Las Cortes de Cádiz, cuyas primeras sesiones tuvieron lugar
en el Teatro de las Cortes de San Fernando, trasladándose
 posteriormente al Oratorio de San Felipe Neri de Cádiz
Se dice del diputado culiparlante aquel que asiste a las sesiones del Congreso sin intervenir para nada ni participar en los debates, limitándose a votar lo que les manda el partido, sin aportar nada. Es una palabra que ha adquirido relevancia en los últimos años de democracia española, que define a las claras la condición de muchos de nuestros parlamentarios, que acuden al Parlamento, cuando lo hacen, simplemente a ocupar un sillón, aunque eso sí, cobrando sus buenos sueldos y dietas por el mero hecho de asistir.
Pues bien, este vocablo tan peyorativo tiene su origen en las Cortes de Cádiz, que elaboraron y aprobaron la Constitución de 1812,  y que pone de manifiesto el ingenio gaditano a la hora de expresarse y de llamar a las cosas por su nombre. Pedro Payán Sotomayor, en su libro "El Habla de Cádiz", dice lo siguiente sobre los culiparlantes: 
"El diputado de las Cortes de Cádiz que nunca intervenía en los debates y que se limitaba a votar solamente. En las Cortes de Cádiz existían numerosos diputados que nunca hablaban y cuya intervención se reducía a votar. Como esto se hacía mediante el sistema de levantarse o quedarse sentado, el pueblo gaditano con su guasa de siempre, vino a llamar a estos diputados los culiparlantes, es decir los que hablaban con el culo".
Ahí queda eso. Como podemos ver, hay cosas que, por mucho que pase el tiempo, nunca cambian.

viernes, 8 de agosto de 2014

La esquina de San Miguel

En un artículo anterior, hablábamos de las curiosas esquinas gaditanas, con esos viejos cañones, guardacantones de fundición y postes de piedra, cuya función era protegerlas del roce de carros y carruajes, además de otras esquinas adornadas con bellas columnas de piedra ostionera, que les dan un toque artístico especial.
Esquina mostrando la imagen del Arcangel
San Miguel venciendo a Satanás
Pero hay una esquina, particularmente llamativa, ubicada entre las calles San Miguel y Javier de Burgos, justo enfrente del recién inaugurado Teatro Cómico, que muestra en una hornacina la imagen del arcángel San Miguel, espada en mano, derrotando a Satanás, el cual yace vencido a sus pies, configurando un bello conjunto escultórico. Este detalle pasa fácilmente desapercibido, porque está situado a la altura de la entreplanta de la casa gaditana en cuya esquina se halla, con lo cual hay que dirigir la mirada hacia arriba para descubrir este peculiar elemento urbanístico de Cádiz.
Detalle del grupo escultórico
Merece la pena, pues, detenerse un momento en nuestro caminar por esa calle para contemplar la espléndida escultura del Arcángel triunfante, algo ennegrecida por el paso del tiempo, protegiendo del mal el paso de los viandantes bajo sus alas.

viernes, 25 de julio de 2014

Las curiosas esquinas gaditanas

Cañón y guardacantón de fundición en una
esquina del casco antiguo gaditano
Si hay algo curioso del casco antiguo gaditano son las esquinas de las casas y calles de Cádiz, más en concreto los elementos que las protegen, conocidos como guardacantones o, simplemente, guardaesquinas. En algunas localidades, esta función la cumplen postes o antiguas columnas de piedra o mármol, para evitar su deterioro, pero en Cádiz la particularidad radica en que muchos guardacantones son cañones de artillería de los siglos XVII y XVIII que, tras dejar de ser útiles como armas de guerra, procedentes de las murallas y baluartes gaditanos y de navíos de guerra hundidos o naufragados en combates navales ocurridos en estas aguas, fueron reciclados y colocados en las esquinas para protegerlas de las ruedas de los carros y carruajes que transitaban por las calles.
Cañón con bala en la boca

Gracias a esto, hoy podemos apreciar estos peculiares elementos arquitectónicos, que en otro tiempo defendieron a nuestros antepasados de los ataques enemigos y que, posteriormente, pasaron a defender las esquinas de la ciudad, labor, desde luego, muchos más pacífica que la guerrera para la que fueron fundidos, cañones que, de otro modo, se habrían perdido casi con toda seguridad. Constituyen, pues, uno de los aspectos más característicos y llamativos del urbanismo gaditano.
Cañon hincado boca abajo mostrando la culata
Como curiosidad, varios de estos cañones presentan en su boca la bala o bomba, mientras que otros están enterrados boca abajo, mostrando, así, la culata o parte posterior de los mismos.

Muchas esquinas presentan, igualmente, guardacantones de fundición, colocados en los siglos XIX y XX, teniendo grabados algunos la marca del fabricante (como Fundición Gaviño) y la fecha de fabricación. También hay postes de piedra cubriendo las esquinas.

En cuanto al número de estos esquinales, según un estudio realizado, hay 114 cañones, 151 guardacantones de fundición y 26 postes (*).
Cañones en dos esquinas próximas
Cañones, guardacantones de fundición, monolitos de piedra y columnas constituyen, sin lugar a dudas, un elemento característico del patrimonio urbanístico gaditano, desconocido en muchos casos, que hay que proteger y conservar, pero que, desgraciadamente, no siempre es así, como ha ocurrido más de una vez en las reformas llevadas a cabo en algunas casas antiguas, en que han llegado a desaparecer durante las obras.
(*) "Guardacantones de Cádiz, cañones y esquinales", de Antonio Ramos Gil.

martes, 8 de julio de 2014

La primera derrota de Napoleón

Vista de la Bahía de Cádiz hacia 1813. La batalla tuvo lugar en el interior
de la Bahía, cerca de La Carraca
Entre los días 9 y 14 de junio de 1808 tuvo lugar en aguas de la bahía de Cádiz la primera derrota de las fuerzas napoleónicas en la guerra de Independencia española, un episodio histórico poco conocido y que no suele figurar en los libros de historia, ocupando este lugar la batalla de Bailén, sucedida un mes más tarde, en donde el general Castaños derrotó al general francés Dupont, siendo conducido, por cierto, con el resto de su ejército a la capital gaditana y recluido en el castillo de San Sebastián.
En la batalla de la Poza de Santa Isabel, que es como se conoce este hecho de armas, por el lugar donde se hallaba fondeada la escuadra francesa, frente a La Carraca, se enfrentaron los antiguos aliados franceses y españoles, al mando, respectivamente, de los almirantes François Etienne de Rosilly-Mesros y Juan Ruiz de Apodaca, como consecuencia de la invasión napoleónica de España, que obligaba a las autoridades gaditanas a exigirle la rendición o, en caso contrario, a declararle la guerra. La escuadra se hallaba en dicho lugar desde la derrota franco-española de Trafalgar ante los ingleses, en octubre de 1805. El objetivo del general Dupont era, precisamente, llegar a Cádiz para socorrer a los navíos franceses.
Ante la tardanza en proceder a dicha declaración a unas fuerzas navales enemigas instaladas en el mismo corazón de la bahía, el pueblo gaditano se rebeló, apresando y asesinando al gobernador de Cádiz, el general Solano, al que tildaban de afrancesado y responsabilizaban de retrasar el ataque. El nuevo gobernador, general Morla, dio la orden de ataque, ante la negativa del almirante Rosily de rendirse. Debido a dificultades de maniobrabilidad de los navíos españoles en un espacio tan limitado como es la bahía gaditana, se optó por el ataque con fuerzas sutiles, compuesta de botes y lanchas cañoneras, las cuales, por su mayor maniobrabilidad y rapidez al usar remos, podían causar mayor daño en los navíos franceses. Al mismo tiempo, se reforzaron las baterías de la Cantera y del Arsenal de la Carraca, en San Fernando, del Trocadero, en Puerto Real, y del castillo de Puntales, en Cádiz, para apoyar con fuego terrestre a las fuerzas navales españolas. La flota inglesa, por su parte, aliada ahora de España, bloqueaba la salida de la bahía.
Se puede ver la Poza de Santa Isabel en el centro de la
fotografía, de forma circular. En este lugar estaba fondeada
la escuadra francesa y se produjo la batalla. Al fondo Cádiz
El almirante francés, que esperaba la llegada de refuerzos por tierra, tuvo que rendirse finalmente, ante la imposibilidad de mantener su situación por más tiempo. Las bajas no fueron numerosas, ascendiendo a una veintena de muertos y unos cien heridos entre ambos bandos, pero sí fue elevado el número de prisioneros franceses capturados, alrededor de 3.700. La Armada española se apropió de los buques franceses, cuyos nombres eran: Neptuno, Heros, Plutón, Algeciras y Argonauta, resarciéndose de alguna manera de las graves pérdidas sufridas en la batalla de Trafalgar, provocada por la incompetencia del mando francés.
Lápida conmemorativa de la batalla en el paseo de Bahía Sur, San Fernando

 

jueves, 26 de junio de 2014

Guacamayos y Lechuginos

Voluntario Distinguido
conocido como Guacamayo
Durante los años de la guerra de Independencia, entre 1808 y 1814, se formaron en Cádiz unos batallones especiales conocidos como Voluntarios Distinguidos, cuyo nombre se debía a que sus miembros procedían de familias pudientes de Cádiz, al tener que costearse ellos mismos el uniforme, el armamento y la manutención. Eran unos cuerpos de élite creados para la defensa de la ciudad ante el ataque inminente, que se esperaba, de las tropas napoleónicas. A diferencia de otros cuerpos militares y regimientos, los Voluntarios Distinguidos no podían ser trasladados a otros puntos de España, pues su campo de acción era exclusivamente Cádiz, lo cual era un privilegio en aquellos días de guerra.
Para detener ese ataque inminente de los franceses, que nunca llegaría a producirse, se construyó el fuerte de Cortadura que aún hoy podemos contemplar a la entrada de Cádiz. En cambio, asediaron  la ciudad y la bombardearon desde las baterías de Matagorda y el Trocadero, al otro lado de la Bahía, pero debido a la lejanía de estos lugares respecto a la capital, las bombas apenas hicieron daño y muchas ni siquiera llegaron a explotar, lo que fue motivo de burla por parte de los gaditanos, como queda de manifiesto en las letrillas y canciones que se compusieron entonces con ese motivo.
Voluntario Distinguido con
otro uniforme
Lo más llamativo de estas milicias era, sin duda, el colorido de su vestimenta, y de ahí los nombres curiosos con que eran conocidos popularmente, fruto del ingenio gaditano. El historiador local del siglo XIX Adolfo de Castro se refiere a ellos en su Historia de Cádiz y Provincia:

"Pavos" se llamaban a los de las milicias urbanas; "guacamayos" a los voluntarios distinguidos, por el color del uniforme; "cananeos" a los cazadores por usar cananas; "perejiles" a los artilleros de Puntales; "lechuginos" a los voluntarios de Puerta Tierra".

 De éstos, los que más resaltaban eran los guacamayos, por el vivo colorido de su vestimenta, consistente en una casaca roja con cuello verde, pantalón ajustado a las piernas y correajes blancos. Un sombrero con plumas y cabos de plata, corbatín negro y sable a la manera española completaban el conjunto. También los lechuginos, que eran los Voluntarios de Extramuros, así llamados por trabajar en las huertas de Puerta Tierra.

Artillero Distinguido
Junto a perejiles y cananeos, otros batallones eran las Milicias Urbanas, cuya vestimenta era azul, con botones amarillos y sombrero con plumero de color granate, y los Voluntarios Gallegos, oriundos en su mayoría de esta región , también llamados obispos, por el color de su uniforme y polainas negras.
En cuanto a hechos militares, destacaron los artilleros de Puntales, los llamados perejiles, en la defensa del castillo del mismo nombre, continuamente acosados por las bombas, granadas y balas disparadas por las tropas francesas desde el Matagorda y el Trocadero, que los Voluntarios respondían, a su vez, con sus armas.
Otro escritor y político gaditano de la época, Antonio Alcalá Galiano, en Memorias de un Anciano, refiere otro episodio singular protagonizado por los Voluntarios, describiendo el proceder de estas fuerzas en los días del asedio de Cádiz.:

Hasta entonces, aquella milicia, casi en todo semejante a la nacional de nuestros días, no había pasado de cubrir los puestos del casco de la plaza con los anejos castillos de San Sebastián y Santa Catalina, con su uniforme pardo, o de lucir el encarnado, remedo del inglés, en la procesión del Corpus y otras fiestas, haciendo triste figura con sus galas, porque los sombreros de picos o apuntados con que cubríamos la cabeza eran diferentísimos en hechura, pro­duciendo esto en la tropa formada un efecto desagradable a la vista.
Artillero de Extramuros
Pero necesitándose emplear en la expedición destinada a pelear fuera de la isla Gaditana y en las líneas de ésta la numerosa fuerza que las guarnecía, hubo de resolverse que, saliendo del recinto y murallas de Cádiz, fuésemos los voluntarios a cubrir los puestos avanzados de la Cortadura y baterías a ella inmediatas, a no larga distancia de la boca del Trocadero con los fuertes de Matagorda y Fortluis (San Luis) ocupados por los franceses. 
Levísimo, o aún puede decirse ningún peligro había que correr en aquellos lugares; porque el castillo de Puntales, próximo a ellos, y donde solían llegar las bombas y balas enemigas, y perderse vidas, no estaba incluido en los puntos en que habíamos de hacer servicio. Pero así y todo nos pareció la faena a que nos vimos destinados una verdadera salida a campaña. 
Por su orden, los cuatro batallones que figuraban ser de línea (vulgo guacamayos), y los dos de ligeros (alias cananeos), en seis días consecutivos marchamos ufanos a nuestra grande empresa, siguiendo desde entonces en dar guarnición a aquellos puntos. La música de un batallón, pues sólo uno la tenía, fue sucesiva­mente acompañando a todos en la primera salida de cada uno. Tuvimos cuidado de hacer nuestras mochilas lo más pesadas posible, para dar prueba a los espectadores, y aún dárnoslas a nosotros mismos, de nuestra fortaleza; elegimos para romper la marcha el punto más distante de aquel donde íbamos a parar, a fin de hacer con lo trabajosa más meritoria la jornada, y, acompañando con el canto la música instrumental, entonando las canciones patrióticas de aquellos días, en los cuales, como desde 1820 hasta 1823, era uso dar muestras del patriotismo en el canto, caminamos entre aplausos, y anduvimos una bue­na media legua con nuestra carga sin sentir fatiga; ¡tan ligero hacía el peso el nada fundado, pero sí sincero entusiasmo! 
Voluntario conocido
como Cananeo
(...)Ni una sola desgracia, aun de las más leves, ocurrió a los que, hasta 1812, siguieron ocupando aquellos puntos, aunque de ellos a la batería llamada la Furia, y además a la que tenía por nombre la Venganza, solían llegar balas y aun granadas; pero, buscando a tiempo, como era fácil, el abrigo de los salchichones de tierra y retama de que estaban hechas, venía a ser ninguno el peligro. Aunque llegó a ser modesto o enfadoso pasar tanto tiempo sobre las armas, pues cada seis días había que entrar de guardia, y en hacerla en los puntos fuera de puertas se consumía buena parte de dos; con todo, lo divertido, pues lo era hasta cierto punto, de la ocupación, hacía la molestia llevadera. Las inmediaciones de la puerta de tierra habían sido, y por muchos años han seguido siendo para los gaditanos, lugar de recreo y fiesta, y, por cierto, rara vez de recreo provechoso. Pasaban, pues, los días de guardia como de gresca y broma, riéndolos de comilonas en los vecinos ventorrillos. 
El Carnaval de Cádiz, intérprete siempre de la actualidad y del sentir gaditanos, frecuentemente recoge en sus tipos y letras episodios y personajes históricos de la ciudad. Así, en el año 1984 salió un coro llamado "Guacamayos y Lechuginos", en recuerdo de los Voluntarios Distinguidos de Cádiz.
Coro Guacamayos y Lechuginos en el Teatro Falla