jueves, 26 de junio de 2014

Guacamayos y Lechuginos

Voluntario Distinguido
conocido como Guacamayo
Durante los años de la guerra de Independencia, entre 1808 y 1814, se formaron en Cádiz unos batallones especiales conocidos como Voluntarios Distinguidos, cuyo nombre se debía a que sus miembros procedían de familias pudientes de Cádiz, al tener que costearse ellos mismos el uniforme, el armamento y la manutención. Eran unos cuerpos de élite creados para la defensa de la ciudad ante el ataque inminente, que se esperaba, de las tropas napoleónicas. A diferencia de otros cuerpos militares y regimientos, los Voluntarios Distinguidos no podían ser trasladados a otros puntos de España, pues su campo de acción era exclusivamente Cádiz, lo cual era un privilegio en aquellos días de guerra.
Para detener ese ataque inminente de los franceses, que nunca llegaría a producirse, se construyó el fuerte de Cortadura que aún hoy podemos contemplar a la entrada de Cádiz. En cambio, asediaron  la ciudad y la bombardearon desde las baterías de Matagorda y el Trocadero, al otro lado de la Bahía, pero debido a la lejanía de estos lugares respecto a la capital, las bombas apenas hicieron daño y muchas ni siquiera llegaron a explotar, lo que fue motivo de burla por parte de los gaditanos, como queda de manifiesto en las letrillas y canciones que se compusieron entonces con ese motivo.
Voluntario Distinguido con
otro uniforme
Lo más llamativo de estas milicias era, sin duda, el colorido de su vestimenta, y de ahí los nombres curiosos con que eran conocidos popularmente, fruto del ingenio gaditano. El historiador local del siglo XIX Adolfo de Castro se refiere a ellos en su Historia de Cádiz y Provincia:

"Pavos" se llamaban a los de las milicias urbanas; "guacamayos" a los voluntarios distinguidos, por el color del uniforme; "cananeos" a los cazadores por usar cananas; "perejiles" a los artilleros de Puntales; "lechuginos" a los voluntarios de Puerta Tierra".

 De éstos, los que más resaltaban eran los guacamayos, por el vivo colorido de su vestimenta, consistente en una casaca roja con cuello verde, pantalón ajustado a las piernas y correajes blancos. Un sombrero con plumas y cabos de plata, corbatín negro y sable a la manera española completaban el conjunto. También los lechuginos, que eran los Voluntarios de Extramuros, así llamados por trabajar en las huertas de Puerta Tierra.

Artillero Distinguido
Junto a perejiles y cananeos, otros batallones eran las Milicias Urbanas, cuya vestimenta era azul, con botones amarillos y sombrero con plumero de color granate, y los Voluntarios Gallegos, oriundos en su mayoría de esta región , también llamados obispos, por el color de su uniforme y polainas negras.
En cuanto a hechos militares, destacaron los artilleros de Puntales, los llamados perejiles, en la defensa del castillo del mismo nombre, continuamente acosados por las bombas, granadas y balas disparadas por las tropas francesas desde el Matagorda y el Trocadero, que los Voluntarios respondían, a su vez, con sus armas.
Otro escritor y político gaditano de la época, Antonio Alcalá Galiano, en Memorias de un Anciano, refiere otro episodio singular protagonizado por los Voluntarios, describiendo el proceder de estas fuerzas en los días del asedio de Cádiz.:

Hasta entonces, aquella milicia, casi en todo semejante a la nacional de nuestros días, no había pasado de cubrir los puestos del casco de la plaza con los anejos castillos de San Sebastián y Santa Catalina, con su uniforme pardo, o de lucir el encarnado, remedo del inglés, en la procesión del Corpus y otras fiestas, haciendo triste figura con sus galas, porque los sombreros de picos o apuntados con que cubríamos la cabeza eran diferentísimos en hechura, pro­duciendo esto en la tropa formada un efecto desagradable a la vista.
Artillero de Extramuros
Pero necesitándose emplear en la expedición destinada a pelear fuera de la isla Gaditana y en las líneas de ésta la numerosa fuerza que las guarnecía, hubo de resolverse que, saliendo del recinto y murallas de Cádiz, fuésemos los voluntarios a cubrir los puestos avanzados de la Cortadura y baterías a ella inmediatas, a no larga distancia de la boca del Trocadero con los fuertes de Matagorda y Fortluis (San Luis) ocupados por los franceses. 
Levísimo, o aún puede decirse ningún peligro había que correr en aquellos lugares; porque el castillo de Puntales, próximo a ellos, y donde solían llegar las bombas y balas enemigas, y perderse vidas, no estaba incluido en los puntos en que habíamos de hacer servicio. Pero así y todo nos pareció la faena a que nos vimos destinados una verdadera salida a campaña. 
Por su orden, los cuatro batallones que figuraban ser de línea (vulgo guacamayos), y los dos de ligeros (alias cananeos), en seis días consecutivos marchamos ufanos a nuestra grande empresa, siguiendo desde entonces en dar guarnición a aquellos puntos. La música de un batallón, pues sólo uno la tenía, fue sucesiva­mente acompañando a todos en la primera salida de cada uno. Tuvimos cuidado de hacer nuestras mochilas lo más pesadas posible, para dar prueba a los espectadores, y aún dárnoslas a nosotros mismos, de nuestra fortaleza; elegimos para romper la marcha el punto más distante de aquel donde íbamos a parar, a fin de hacer con lo trabajosa más meritoria la jornada, y, acompañando con el canto la música instrumental, entonando las canciones patrióticas de aquellos días, en los cuales, como desde 1820 hasta 1823, era uso dar muestras del patriotismo en el canto, caminamos entre aplausos, y anduvimos una bue­na media legua con nuestra carga sin sentir fatiga; ¡tan ligero hacía el peso el nada fundado, pero sí sincero entusiasmo! 
Voluntario conocido
como Cananeo
(...)Ni una sola desgracia, aun de las más leves, ocurrió a los que, hasta 1812, siguieron ocupando aquellos puntos, aunque de ellos a la batería llamada la Furia, y además a la que tenía por nombre la Venganza, solían llegar balas y aun granadas; pero, buscando a tiempo, como era fácil, el abrigo de los salchichones de tierra y retama de que estaban hechas, venía a ser ninguno el peligro. Aunque llegó a ser modesto o enfadoso pasar tanto tiempo sobre las armas, pues cada seis días había que entrar de guardia, y en hacerla en los puntos fuera de puertas se consumía buena parte de dos; con todo, lo divertido, pues lo era hasta cierto punto, de la ocupación, hacía la molestia llevadera. Las inmediaciones de la puerta de tierra habían sido, y por muchos años han seguido siendo para los gaditanos, lugar de recreo y fiesta, y, por cierto, rara vez de recreo provechoso. Pasaban, pues, los días de guardia como de gresca y broma, riéndolos de comilonas en los vecinos ventorrillos. 
El Carnaval de Cádiz, intérprete siempre de la actualidad y del sentir gaditanos, frecuentemente recoge en sus tipos y letras episodios y personajes históricos de la ciudad. Así, en el año 1984 salió un coro llamado "Guacamayos y Lechuginos", en recuerdo de los Voluntarios Distinguidos de Cádiz.
Coro Guacamayos y Lechuginos en el Teatro Falla

martes, 20 de mayo de 2014

La Muralla Escondida


Arriba, la Muralla del Vendaval o del Sur oculta por los bloques de hormigón;
debajo, mostrándose en todo su esplendor, resistiendo los embates del  mar. 
Con este nombre llamo a este importante sector del sistema defensivo de Cádiz conocido como muralla del Vendaval, que protege, o habría que decir más exactamente protegía, todo el frente del Campo del Sur de los embates del mar, especialmente de los fuertes temporales que suelen azotar esta costa en los meses de otoño e invierno. Es una muralla del siglo XVIII, construida sobre el acantilado natural que existía en esta zona, y que se extiende desde el baluarte de Capuchinos, frente a la iglesia del mismo nombre, hasta el de San Roque, junto a las Puertas de Tierra, habiendo sufrido diversas reformas y transformaciones, especialmente en ésta última zona, debido a los numerosos socavones provocados por la acción del mar a lo largo del tiempo.
Escondida, efectivamente, de nuestra vista por esos horrorosos bloques grises de hormigón que, sin ningún tipo de respeto por un patrimonio monumental tan notable como es la muralla que bordea en gran parte el casco antiguo, fueron arrojados al lugar que hoy ocupan hace ya bastantes años, a mediados del siglo pasado, para proteger esta parte de la ciudad de dichos temporales. No se procedió, por ejemplo, como se hizo posteriormente con la muralla del Paseo de Santa Bárbara y la Alameda, que fue reforzada en su parte inferior de forma adecuada para contener el oleaje. Es probable que este procedimiento restaurador sea más complejo y caro, pero, desde luego, es más respetuoso con el conjunto defensivo.
Lo cierto es que en el Campo del Sur, por desgracia, se optó por lo más fácil, es decir, arrojar sin más los bloques, amontonándolos unos encima de otros, como si se tratara de un simple espigón o escollera sin ningún interés histórico o artístico, y sin importar para nada el daño urbanístico y estético ocasionado a la imagen de esta zona de la ciudad. Basta comparar un grabado o fotografía antigua de esta muralla con su imagen actual para apreciar el cambio a peor que se ha producido, privándonos a gaditanos y turistas de esa espléndida panorámica de la muralla que se vislumbra bajo el caserío y la Catedral sin los susodichos bloques de hormigón. Es como si, de repente, echaran bloques ante la muralla de la Alameda y del Baluarte de la Candelaria, nos podemos imaginar fácilmente el daño que provocaría a esta zona privilegiada de la ciudad.  Pues lo mismo pasó con la muralla del Vendaval, ocultándola a nuestra contemplación. 
Sería deseable que las autoridades se replantearan la retirada de esos bloques y se procediera a la reparación de la muralla en lo que fuera necesario, un coste económico que, sin duda, terminaría beneficiando a la ciudad. Otra solución podría ser retirar los bloques superiores, dejando los inferiores, que son los que están al nivel del mar y los que realmente reciben las embestidas más fuertes, quedando así visible, al menos, una parte importante de la muralla; así se pondría en valor un magnífico ejemplo de un tramo de las antiguas defensas gaditanas, esas que dieron el carácter de plaza fuerte e inexpugnable que Cádiz  tuvo en el pasado, preciosa joya de la corona española, tantas veces codiciada por el enemigo. Y, de paso, sería una medida necesaria de higiene y limpieza, pues hay pocos lugares en Cádiz donde se concentre tanta suciedad y abandono como entre estos bloques de hormigón.

miércoles, 7 de mayo de 2014

El Teatro Romano de Gades

Teatro romano de Cádiz. En la foto, parte de la media cavea
El teatro romano de Gades es el principal  resto arqueológico del pasado romano gaditano que ha llegado hasta nuestros días. Descubierto casualmente en 1980, estuvo durante muchos siglos oculto bajo edificaciones de épocas posteriores, tanto musulmanas como cristianas medievales, como el desaparecido Castillo de la Villa, y edificios notables del barrio del Pópulo como la Posada del Mesón, parte de la Catedral Vieja y la guardería municipal, y más recientes, como la Fundición Vigorito.
Galería interior por donde circulaba el público
que accedía a las gradas
Construido en el siglo I a. de C., es el teatro más antiguo de Hispania. Formaba parte, junto con otras grandes construcciones públicas, como el anfiteatro, que estaría situado en el barrio de Santa María, del proyecto de engrandecimiento de Gades llevado a cabo por Lucio Cornelio Balbo El Menor, magistrado principal de la ciudad. En los últimos años, en las excavaciones realizadas en varios solares de dicho barrio, han aparecido numerosos restos romanos. 
Entre las características del teatro, destaca como particularidad su planta ultrasemicurcular o de herradura, al estilo de los teatros griegos, forma que los constructores romanos abandonarían posteriormente por la semicircular, y su gran tamaño, teniendo un diámetro de 120 metros, siendo uno de los más grandes no solo de España, sino de todo el Imperio romano. Tenía capacidad para 20.000 espectadores, en una población de unos 50.000 habitantes, lo que da idea de la importancia de la ciudad en aquella época. Construido a base de hormigón romano, mampostería y sillares de piedra ostionera, aprovechando el desnivel natural del suelo, los espectadores tenían su lugar en el graderío dependiendo de su condición social: el pueblo en general, las mujeres y los esclavos en las gradas superiores llamada summa cavea, mientras que las clases altas y las autoridades en las inferiores, que eran la parte noble, llamada ima cavea, y la orchestra, espacio semicircular situado ante el escenario, habiendo una zona intermedia, la media cavea, que es la zona al descubierto del teatro gaditano. Tanto la escena como el pórtico trasero permanecen ocultos bajo las casas del barrio del pópulo. Los vomitorios permitían la entrada y la salida de las gradas hacia la galería interior, zona por la que circulaban los espectadores, y que hoy presenta un buen estado de conservación.
El teatro de Gades era, desde luego, un teatro digno de una gran urbe como era Cádiz en aquella época, que tuvo su momento de esplendor, pero que a partir del s. IV fue decayendo hasta quedar en ruinas. Gracias a que quedó enterrado y olvidado bajo construcciones posteriores se ha podido conservar. En la actualidad, está cerrado al público, llevándose a cabo trabajos de excavación con la idea de abrirlo al público una vez concluyan los mismos. El proyecto es hacer visitable las zonas inferiores del teatro ocultas en el subsuelo del Pópulo (orchestra, escena y pórtico) una vez estén acondicionadas.

miércoles, 23 de abril de 2014

Los nombres de Cádiz

Bahía de Cádiz en la Antigüedad. En trazo más
tenue se aprecia la línea de costa actual.
A lo largo de su historia, Cádiz ha tenido distintas denominaciones, siendo nombrada de una u otra forma según los pueblos que la fueron colonizando, aunque conservando en general la misma raíz.
Los fenicios, primeros navegantes en llegar a estas costas, la bautizaron con el nombre de Gadir, que en su lengua significa "recinto cerrado o fortificado", por las murallas que la defendían.
Los griegos la denominaron Gadieras, forma plural que hacía referencia al conjunto de islas o pequeño archipiélago que constituía entonces Cádiz, islas cuyos nombres eran Erytheia, la más pequeña de todas, correspondiente a la zona que hoy ocupa la Torre Tavira y alrededores, donde se encuentra el yacimiento fenicio Gadir, separada por un brazo de mar de Kotinoussa, isla alargada que se extendía desde la punta de San Sebastián hasta el islote de Sancti Petri, llamada así por los acebuches que crecían en su suelo, y Antípolis, correspondiente a la actual San Fernando.
El origen del nombre Gadir y Gadeiras procedería, según la mitología griega, de un rey atlante llamado Gadiro o Gadeiro, que reinaría en este extremo de la legendaria Atlántida.
Con la conquista romana, pasó a denominarse Gades, una de las más importantes urbes, no solo de Hispania, sino de todo el imperio. Julio César la nombró Augusta Urbs Julia Gaditana, tras conceder a sus habitantes la ciudadanía romana en señal de gratitud por haberle apoyado en su guerra con Pompeyo por el dominio de Roma, de donde procede el actual gentilicio de gaditano-a.
Bajo la dominación musulmana, momento en que la ciudad pierde su antigua importancia y esplendor, su nombre cambió al de Yazirat Qadis, Isla de Cádiz. Y tras su Reconquista por el rey castellano Alfonso X el Sabio, en el siglo XIII, empezó a llamarse con su actual denominación de Cádiz, apareciendo en los mapas medievales con la forma Caliz.
Junto a su topónimo, Cádiz también ha sido bautizada poéticamente de diversas maneras: Sirena del Océano, por Lord Byron, poeta romántico inglés de principios del siglo XIX; Salada Claridad, así llamada por Manuel Machado en su "Canto a Andalucía"; Señorita del Mar, por José María Pemán en su "Piropo a Cádiz"; Tacita de Plata, su denominación, quizás, más popular, por la forma de la ciudad en los siglos XVIII y XIX y por la limpieza de sus calles en esa época; y, finalmente, Cai, que es como se la nombra en el mundo del cante flamenco y de la copla.

viernes, 4 de abril de 2014

Un cementerio de barcos en aguas gaditanas


Cargamento de ánforas romanas en el fondo del  mar
Un aspecto interesante, aunque poco conocido, de Cádiz son las riquezas que esconden sus aguas. No me refiero, en este caso, a los tesoros naturales de la vida marina, en forma de plantas y animales acuáticos, sino a aquellos otros procedentes de la acción del hombre, como pueden ser los barcos hundidos a lo largo de la historia a causa de naufragios, y que siguen ahí, olvidados en las profundidades, a merced de la erosión y las corrientes marinas, esperando ser rescatados alguna vez para nuestro disfrute y contemplación, como una parte recuperada del pasado. Son muchos los navíos hundidos en las aguas gaditanas, como no podía ser de otra forma en una costa con tanta historia y en un enclave tan estratégico como éste, cruce de caminos y paso de civilizaciones diversas. Naufragios causados por temporales, por guerras, por accidentes o por fallos técnicos o humanos desde los tiempos más remotos.
Batalla de Trafalgar, ocurrida el 22 de octubre de 1805.
 Supuso la pérdida de la flota conjunta  hispano-francesa 
frente a la inglesa y el final del poderío naval español
Sepultados bajo estas aguas yacen restos de barcos o pecios, nombre con el que se conoce estos yacimientos arqueológicos subacuáticos, de los pueblos que han pasado por aquí, muchos de ellos perdidos para siempre. Es fácil imaginar la cantidad de naves, y con ellas, las riquezas que transportaban, que en el transcurso de los siglos han naufragado frente a nuestras costas, paso obligado desde la antigüedad de importantes rutas comerciales. Desde naves fenicias o romanas, transportando ricos cargamentos de todo tipo de productos con los que comerciaban (ánforas conteniendo vino o aceite, productos manufacturados, metales preciosos...), pasando por galeones cargados oro y plata procedentes de las colonias americanas y que tenían, primero en Sevilla y después en Cádiz, sus puertos de partida y llegada, sin olvidar, naturalmente. la tragedia de las guerras en estas aguas, con esos grandes navíos idos a pique, junto con sus tripulaciones, por los cañonazos del enemigo, como en la batalla de Trafalgar, algunos de los cuales aún reposan en este cementerio de barcos que es la Bahía y el Golfo de Cádiz.
Mapa con localizaciones de naufragios de los siglos
 XV al XIX a lo largo de la costa gaditana
De los naufragios sucedidos a lo largo de la historia en las costas gaditanas, se conoce la localización bajo la superficie marina de algunos de ellos, conocidos como pecios, gracias a la labor de investigación llevada a cabo por el Centro de Arqueología Subacuática de Cádiz, ubicado en el Balneario de la Palma, a las referencias de submarinistas independientes y a los datos aportados por la documentación antigua.
Así, naufragios de época púnico-romana se han localizado en diversos puntos de la bahía gaditana, tanto restos de embarcaciones como sus cargamentos: en El Aculadero, en el Puerto de Santa María; en la zona del Puente Carranza; en la Punta de la Nao y otros puntos de la Caleta, enclave especialmente rico en hallazgos arqueológicos, así como en el islote de Sancti-Petri.
De época moderna, del siglo XVI en adelante, hay localizados en este mismo islote y en la costa de Conil, gran cantidad de cañones de hierro correspondientes a galeones hundidos, como también en la Caleta, concretamente en las inmediaciones del Castillo de San Sebastián, y pecios de los siglos XVIII y XIX en la Cabezuela y en la Carraca,  cuyo Arsenal ha destacado en la construcción naval en los últimos tres siglos.
Hay localizados, igualmente, cañones, anclas y otros restos en aguas de Bolonia y Tarifa. En la bahía de Algeciras, hay un pecio del siglo XVII en la zona de la Ballenera y otro en Punta Europa. Éste último podría tratarse de un navío inglés hundido a finales del siglo XVII con un cargamento de oro.
El Santísima Trinidad, buque insignia de la 
marina española y el más grande de su 
tiempo, hundido en 1805. Yace sumergido
 en aguas de Barbate
Recientemente, con motivo de las obras de la nueva terminal de contenedores del puerto de Cádiz, aparecieron lingotes y monedas de plata de dos pecios de los siglos XVII y XVIII. No es la primera vez que aparecen restos antiguos en estas aguas, pues los dragados efectuados en años anteriores en el canal de acceso al puerto gaditano han aportado numerosos hallazgos, algo normal teniendo en cuenta la importancia histórica de este puerto.
Los naufragios, quizás, más sugestivos por su significación histórica fueron los producidos durante la batalla de Trafalgar en el año 1805, de los que hay localizados con seguridad, al menos, tres: el Santísima Trinidad, el Bucentaure y el Fougeaux, los dos primeros, curiosamente, buques insignias de las flotas española y francesa respectivamente, aliadas en la batalla. Hay que decir que, junto con los barcos, el mar se tragó a centenares de hombres de las tres nacionalidades que lucharon en esta sangrienta batalla naval.
El Santísima Trinidad, el buque de guerra más grande que surcaba entonces los mares, comandado por el almirante Federico Gravina, destrozado por el fuego enemigo, se hundió en la tormenta que se desencadenó tras la batalla mientras era remolcado por los ingleses a Gibraltar. Está localizado en aguas de Barbate. La Universidad de Cádiz propuso hace pocos años un proyecto para reflotar los restos del navío y convertirlo en museo.
El Bucentaure, buque insignia francés comandado por Pierre Villeneuve, jefe de la escuadra franco-española, derrotada por la flota inglesa en Trafalgar, hundido también por el fuerte temporal que se levantó mientras intentaba alcanzar el puerto de Cádiz, yace sumergido en una zona de la Caleta conocida como Bajo de Chapitel, donde hay localizados una veintena de grandes cañones.
Objetos recuperados del buque francés Fougeaux, sumergido 
frente a la playa de Camposoto, en San Fenando
Por último, los restos del otro buque francés, el Fougeaux, reposan frente la playa de Camposoto, en San Fernando, donde se fue a pique, junto con los quinientos hombres de su tripulación. Se han contabilizado una gran cantidad de cañones y se han recuperado diversos objetos de uso cotidiano.
A finales del siglo XIX tuvo lugar el hundimiento del crucero Reina Regente, debido a un fuerte temporal, siendo el mayor naufragio sucedido en aguas gaditanas en tiempo de paz, del que aún no se han localizado sus restos. (Pinchad en el enlace).
No quisiera terminar este artículo sobre naufragios sin mencionar el famoso caso del descubrimiento, en el año 1904, de una gran cantidad de monedas de plata del siglo XVIII en la playa de la Victoria, enterradas en la arena, procedentes de un antiguo naufragio, hecho que levantó una gran expectación en la ciudad de Cádiz y que quedó inmortalizado en el conocido tango gaditano de Los duros antiguos, compuesto por Antonio Rodríguez Martínez, Tío de la Tiza.