jueves, 14 de mayo de 2015

La "Bella Escondida"

A la derecha de la imagen, la Bella Escondida, y a la
izquierda la Catedral
Si hay una construcción peculiar en Cádiz, es la conocida como Bella Escondida, nombre dado a una torre-mirador, de estilo barroco, que corona una casa-palacio gaditana del siglo XVIII, ubicada en la céntrica calle José del Toro, y a la que ya hice referencia en el anterior artículo titulado Las Torres-Miradores de Cádiz, cuyo poético nombre, dado por el historiador local Bartolomé Llompart hace algunos años, se debe a que no es visible desde la calle, siendo necesario para poder verla subir a cualquier azotea circundante. A diferencia del resto de torres-miradores, la Bella Escondida es de planta octogonal y de notable altura, estando su fachada profusamente decorada con pinturas de motivos geométricos y azulejos que le dan una tonalidad rojiza de gran vistosidad, además de con columnas y pilastras adosadas, que le aportan monumentalidad, y balcones en sus plantas. La casa-palacio de la que forma parte ha sido restaurada por su dueño actual, predominando el estilo isabelino en su decoración y conservando en su interior numerosas obras de arte y objetos de la época.

La Bella Escondida solo es visible
desde otras torres y azoteas gaditanas
Fue mandada construir en dicho siglo por el rico propietario de la vivienda para que pudiera ser contemplada por su hija, ingresada en el cercano convento de la Piedad, y mantener, así, el contacto con su casa y familia, aunque solo fuera el visual, ya que desde la torre se alcanza a ver parte del interior del convento y viceversa, lo cual no habría sido posible de haberse construido a ras de la fachada principal del edificio, como era lo habitual. La Bella Escondida no se construyó para observar desde ella los barcos que iban o venían de América, como las demás torres que pueblan las alturas de Cádiz, sino para ser observada, aunque no por todo el mundo.

Ahí se alza, pues, esta magnífica torre-mirador, esbelta y sugestiva, oculta a la mirada de la gente que transita por la calle, pero que espera ser descubierta desde otras torres y azoteas gaditanas.

viernes, 24 de abril de 2015

Las Torres-Miradores de Cádiz

Torres-Miradores en la Plaza de España
Las Torres-Miradores son, sin lugar a dudas, el elemento arquitectónico más característico y peculiar del urbanismo gaditano. Situadas en la azotea de las casas gaditanas, normalmente en uno de sus ángulos, como una prolongación de éstas, servían para que sus propietarios, los burgueses y comerciantes gaditanos, pudieran controlar las llegadas y salidas de sus navíos del puerto de Cádiz, en su comercio con las colonias de ultramar, ya que desde sus alturas podían contemplar toda la Bahía.
Fueron construidas entre los siglos XVII y XVIII, la época de mayor esplendor comercial de Cádiz, sobre todo a raíz del traslado de la Casa de Contratación desde Sevilla en 1717, cuando en ella residía una nutrida colonia de comerciantes de distintas nacionalidades. Realizadas en mampostería y ladrillo, tienen forma cuadrangular y una o dos plantas, rematadas en una garita y con sus fachadas policromadas. La más llamativa de todas es la conocida como Bella Escondida, que tiene planta octogonal, cuyo nombre se debe a que no es visible desde la calle. Pero la más alta y destacada es la Torre Tavira, vigía oficial del Puerto desde 1778, situada en la casa-palacio de los Marqueses de Recaño, así llamada por el nombre de su primer vigía, Antonio Tavira. En la actualidad, está abierta al público y alberga en su interior la Cámara Oscura, alcanzándose desde ella una vista impresionante de la ciudad de Cádiz.
Torre Tavira
Afortunadamente, se ha conservado un gran número de torres-miradores, habiendo catalogadas más de 120 torres, aunque algunas han quedado parcialmente ocultas a la vista por los altos edificios modernos. Su contemplación por los marinos y viajeros que llegaban a Cádiz por mar no pasaba desapercibida, como ponen de relieve las citas de los viajeros románticos que pasaron por la ciudad en el siglo XIX, destacando la belleza que daban al conjunto de la ciudad. A esta visión contribuía, sin duda, las banderas multicolores que las coronaban y las cometas que, a veces, echaban a volar sus dueños desde ellas. En el siglo XIX, desaparecida ya la pujanza comercial del puerto gaditano con la pérdida de las colonias americanas, surgió un nuevo modelo de miradores de madera y de cristal que ya no cumplían la función original de seguimiento y control del tráfico portuario. Convertidas, posteriormente, muchas de ellas en simples palomares o trasteros, en los últimos años se han revalorizado como viviendas y áticos.
Grabado antiguo de Cádiz mostrando sus numerosas
Torres-Miradores

jueves, 12 de marzo de 2015

El canal que dividía en dos a Cádiz


Cádiz en la Antigüedad. Se puede ver el Canal
Bahía-Caleta situado entre las islas pequeña y
alargada, las cuales darían lugar al Cádiz actual.
 La isla de la derecha corresponde a San Fernando
En la Antigüedad existía una canal o brazo de mar que dividía en dos a Cádiz. Esto era debido a la propia configuración geográfica de la antigua Gadir, formada por un pequeño archipiélago de tres islas frente a la desembocadura del río Guadalete, cuyos nombres eran Eritheia, Kotinoussa, origen ambas del Cádiz actual, y Antipolis, actual San Fernando. Eritheia era la isla más pequeña, la cual ocupaba todo el flanco norte de lo que hoy es el casco antiguo gaditano, aproximadamente desde el castillo de Santa Catalina hasta el barrio de San Carlos y alrededores, cuyo centro era la zona de la Torre Tavira, la parte más elevada y donde se edificó la ciudad, la Gadir fenicia, cuyos restos podemos contemplar en el yacimiento arqueológico del Teatro Cómico. Frente a ella, estaba Kotinoussa, isla estrecha y alargada, que se extendía desde la castillo de San Sebastián hasta el islote de Sancti-Petri. Un canal separaba ambas islas, el cual, entrando por la Caleta, llegaba hasta la bahía, pasando por donde hoy se encuentra el barrio de la Viña, el Mercado Central, la Plaza de las Flores, de la Catedral, San Juan de Dios y el muelle.
Este era el paisaje que se encontraron los primeros colonizadores fenicios que arribaron a la bahía gaditana, instalando el núcleo urbano en el interior del canal, en el entorno de Tavira, como queda dicho. Una factoría de salazón romana, situada a muy escasa distancia de este lugar, descubierta hace unos años tras el derribo del Teatro Andalucía, confirmaría la existencia de este canal, pues este tipo de construcciones se localizaban siempre junto al mar. El puerto fenicio se cree que estaría situado en el entorno del Mercado Central, lugar bien protegido de los temporales. Con el paso del tiempo, el canal se iría cegando en esta zona intermedia, por la misma acumulación de embarcaciones hundidas y de otros restos, y así debía estar en tiempos de la dominación romana, momento en que se levantó una nueva ciudad en la isla Kotinousa, frente a Gadir, conocida como Neápolis, cuyos restos han aparecido bajo los actuales barrios del Pópulo y de Santa María.
Se puede observar el canal a la izquierda del castillo de San
Sebastián, entre las rocas de la Caleta
Poco a poco, el canal fue colmatándose y, todavía en la Edad Media, quedaban restos del mismo en la plaza de San Juan de Dios. De hecho, el arco del Pópulo, en la vecina calle Pelota, era conocido en esta época como Puerta del Mar.
En la actualidad, se puede ver parte de este canal, bautizado hace unos años como Canal Bahía-Caleta, en aguas de ésta última, surcado a ambos lados por las rocas que rodean los castillos de Santa Catalina y San Sebastián, y que en el pasado era tierra emergida, pero que el paulatino avance del mar ha ido cubriendo. Un simple vistazo a una fotografía aérea de la Caleta permite percatarnos de la existencia del canal.

lunes, 23 de febrero de 2015

El Callejón del Duende

Callejón del Duende, en el barrio del Pópulo. Cádiz
En el casco antiguo de Cádiz, en el barrio del Pópulo, se encuentra este lugar de tan sugestivo nombre, justo al lado de la emblemática Posada del Mesón. Es un callejón tan estrecho que solo podría transitar por él una persona en uno u otro sentido, que antiguamente comunicaba la calle Mesón con la plaza de Fray Félix, donde se encuentra la Catedral Vieja, pero que en la actualidad está cegado y cuyo acceso, además, está cerrado por una verja.
El nombre, al parecer, le viene de una antigua leyenda de los tiempos de la guerra de Independencia, a principios del siglo XIX, según la cual, finalizada ésta, un oficial napoleónico, que iba a ser ajusticiado junto con otros prisioneros franceses por las autoridades españolas, se salvó de la pena capital gracias a las intrigas de una gaditana enamorada de él, que llegó a sobornar al verdugo para que no lo matara, simulando su ejecución. Escondido el francés durante el día, por las noches los amantes se veían en el callejón. Algunos vecinos que lo vieron pasar por allí envuelto en una capa, al que tenían por muerto, creyeron que era su espíritu que se dirigía a la iglesia de Santa Cruz para expiar sus pecados. Y así nació la leyenda. Los vecinos empezaron a conocer el lugar como el Callejón del Duende, nombre con el que ha llegado hasta nuestros días.
En otra versión de esta misma leyenda, el francés y la gaditana, enamorados ambos, se citaban a escondidas en el callejón, hasta que un día fueron descubiertos, siendo ejecutado el oficial y muriendo ella también poco después. Los vecinos, pese a estar muertos, aseguraban verlos por las noches, y todavía hoy día hay quien afirma haber visto sus espíritus por allí alguna vez. En su recuerdo, los vecinos ponen en el callejón flores y velas. 
Por último, el nombre también se podría deber a un bandolero apodado El Duende, que vivió en el siglo XIX y que paraba en el callejón.

viernes, 23 de enero de 2015

El rey que quiso ser enterrado en Cádiz

Miniatura medieval representando al rey
Alfonso X El Sabio
Alfonso X El Sabio, fue un rey de Castilla, que reinó entre 1.252 y 1.284, así llamado por la ingente labor cultural, jurídica y científica llevada a cabo bajo su reinado, cuyo ejemplo más notable fue la famosa Escuela de Traductores de Toledo, en la que participaron eruditos cristianos, judíos y musulmanes en la traducción de obras de la antigüedad clásica. Entre sus obras más importantes destacan las Siete Partidas, la Crónica General de España, las Tablas Alfonsíes y las Cantigas de Santa María. Fue también un rey conquistador, siguiendo en esto la estela de su padre Fernando III El Santo, el cual había reconquistado gran parte de Andalucía a los musulmanes. Alfonso, por su parte, incorporó a la Corona de Castilla buena parte de la actual provincia gaditana, entre ellas las plazas de Jerez y Cádiz, en torno al año 1.260, repoblándola, una vez expulsada la población musulmana, con gentes procedentes del norte, especialmente de la región cantábrica.
Reconquistada Cádiz, el Rey Sabio reconstruyó la villa, situada en lo que hoy es el barrio del Pópulo, con idea de hacer de ella una ciudad importante, convirtiéndola en sede de obispado, en sustitución del antiguo ubicado en Medina-Sidonia, dotándola de fuertes murallas y mandando construir la Catedral Vieja o Iglesia de Santa Cruz, construcción de estilo gótico, destruida durante el saqueo inglés de 1596, y reconstruida posteriormente en el actual edificio.
Alfonso X tenía proyectado continuar la labor conquistadora más allá del Estrecho de Gibraltar, sometiendo bajo el dominio castellano el norte de África y, así, evitar en lo posible futuras invasiones musulmanas de España procedentes de esta zona. En este magno proyecto, conocido como fecho del mar, Cádiz y su bahía ocuparían un lugar de primer orden por su estratégica posición geográfica, como puerto base desde el cual organizar la conquista de las tierras africanas. De ahí, su interés en engrandecer la ciudad y de ser el lugar elegido para que reposaran sus restos mortales una vez fallecido.
Grabado medieval de Cádiz, en donde se aprecia las Puertas de Tierra y, al fondo, la villa medieval mandada reconstruir por Alfonso X
Pero otros intereses de su política exterior, como su aspiración al trono imperial germánico, que había quedado vacante y al que tenía derecho por línea materna, le hicieron abandonar aquél proyecto, incumpliéndose también su deseo de ser enterrado en la catedral gaditana, siendolo, finalmente, en la de Sevilla.
La ciudad de Cádiz, pues, tuvo que esperar más de tres siglos, hasta la época del Descubrimiento de América, para renacer de nuevo y tener el protagonismo que se merecía en la historia de España.