miércoles, 14 de diciembre de 2016

Un gaditano vencedor en la guerra de Secesión estadounidense


Fotografía del general gaditano George Gordon Meade
Que Cádiz ha sido lugar de nacimiento de personajes ilustres a lo largo de la historia es algo conocido, y ahí tenemos el caso de políticos, músicos o escritores, entre otros, que le han dado fama nacional e, incluso, internacional. Pero la capital gaditana también ha sido cuna de otros personajes no tan conocidos por el público gaditano y español, pero no por ello menos importantes, sino todo lo contrario, protagonistas de la historia de países de la importancia, por ejemplo, de EE.UU. Es el caso de un militar, de nombre George Gordon Meade, vencedor de la decisiva batalla de Gettysburg en la guerra civil o de Secesión norteamericana, que tuvo lugar entre los años 1.861 y 1.865, batalla que sería la más importante de toda la guerra y que daría, al final, la victoria a los Estados del Norte (la Unión) frente a los Estados Confederados del Sur. G. G. Meade nació el día de nochevieja del año 1.815 en la gaditana plaza de España, en el seno de una familia estadounidense residente en Cádiz desde principios de siglo. Su padre, Richard W. Meade, se dedicaba al comercio, dándose la particularidad de haber perdido su fortuna durante la guerra de Independencia española por su apoyo a España, haciendo también labores de espionaje para el gobierno norteamericano. Trasladada la familia a EE.UU a la muerte del padre en 1.828, Meade ingresaría en la academia miliar de West Point en 1.831, siendo destinado como oficial en las campañas contras los indios de Florida. Curiosamente, en 1.840 se casaría con otra gaditana de nacimiento, también de origen extranjero, Margaretta Sergeant. Tras abandonar la carrera militar para trabajar como ingeniero en distintas compañías ferroviarias, se reincorporó años después al ejercito, participando en la guerra contra México y, más tarde, construyendo faros y espigones en la costa estadounidense.
Tumba del general Meade y de su esposa en el cementerio de Filadelfia, en
cuya lápida figura Cádiz como su lugar de nacimiento
Tras el estallido en 1.861 de la guerra de Secesión, se puso al servicio de la Unión como brigadier general, participando en varias acciones de guerra, resultando herido de gravedad en una de ellas y trasladado a un hospital de campaña. Una vez recuperado, intervino en varias batallas importantes, siendo ascendido a mayor general. En junio de 1.863, el presidente Abraham Lincoln le nombra Comandante en Jefe del Ejército del Potomac, el mejor equipado y más importante de la Unión. La Confederación trataba de obtener una victoria importante frente al Norte, tomando alguna de las grandes ciudades, como Filadelfia o Washington que inclinase la guerra de su lado. Con este propósito, el general confederado Robert E. Lee, viejo amigo, por cierto, de su oponente Meade, planteó un ataque sobre Gettysburg, en Pensilvania, que el general gaditano supo defender bien. La batalla, que duró tres días, del 1al 3 de julio, terminó con la derrota del general Lee y con más de cincuenta mil bajas entre ambos ejércitos, considerada la batalla principal de toda la guerra civil. Poco después, el general Ulysses Grant le sucedería en el mando como comandante en jefe de los Ejércitos de la Unión, quien pondría fin al conflicto en el año 1.865 con la victoria final de los Estados del Norte sobre los del Sur, a la que tan decisivamente había contribuido su antecesor G. G. Meade.
El general gaditano fallecería el 6 de noviembre de 1.872 en Filadelfia, siendo enterrado en el cementerio de la ciudad. En la fachada de la casa donde nació y pasó su infancia el vencedor de Gettysburg, en la plaza de España, esquina con la calle de Costa Rica, una placa conmemorativa allí colocada le recuerda.
 
Casa donde nació y pasó su infancia G. G. Meade, en la
Plaza de España de Cádiz, esquina con la calle de Costa
Rica. En la fachada, una lápida conmemorativa lo recuerda
 
Lápida conmemorativa en la fachada de la casa natal del general Meade
 

martes, 29 de noviembre de 2016

El edificio Valcárcel

Edificio Valcárcel
Valcárcel es uno de los monumentos principales de Cádiz. Edificio de enormes proporciones, construido por Torcuato Cayón en la segunda mitad del siglo XVIII, mezcla de estilos barroco y neoclásico, típicos de Cádiz, situado frente a la playa de la Caleta, fue el antiguo Hospicio Provincial, donde se alojaban huérfanos, viudas y ancianos, y que también ha sido manicomio y centro de enseñanza. La fachada principal, de marcada horizontalidad y sobriedad, se articula mediante pilastras, destacando como elementos decorativos las molduras barrocas de los vanos inferiores. La portada, de  mármol, se compone de arco de medio punto entre dos columnas dóricas y entablamento clásico. Del interior, sobresale el patio central, con la fachada de estilo neoclásico de una iglesia que no llegó a construirse, que recuerda el patio de los Reyes del Monasterio de El Escorial, en Madrid. En la segunda mitad del siglo XIX, Juan de la Vega amplia el edificio con un nuevo cuerpo que continua el mismo esquema compositivo, siendo en la actualidad sede de la Facultad de Ciencias del Trabajo.
Estos días pasados la Diputación ha vuelto a hacerse con la titularidad del edificio, tras varios años de abandono, fracasado en su día un proyecto para transformarlo en hotel, con idea de cederlo a la Universidad de Cádiz para convertirlo en la nueva Facultad de Ciencias de la Educación, actualmente en el Campus del Río San Pedro. El uso hostelero tampoco se ha abandonado, pues a su lado se va a construir un hotel de cuatro estrellas.

viernes, 4 de noviembre de 2016

Murallas de Cádiz

Murallas de San Carlos. En primer plano garita, uno de los
elementos característicos de las murallas gaditanas
Las murallas son uno de los elementos arquitectónicos más característicos de Cádiz, aunque en menor medida de lo que lo fue en el pasado, debido al derribo de una parte importante de ellas hace más de un siglo. Los visitantes que durante los siglos XVIII y XIX se acercaban a la ciudad por mar o por tierra se llevaban la imagen de una ciudad fuertemente amurallada, una plaza fuerte realmente inexpugnable, que se completaba con su correspondiente artilleria de cañones y personal militar de guardia.
En la espléndida Maqueta de Cádiz, del siglo XVIII, conservada en el Museo de las Cortes de Cádiz, podemos apreciar perfectamente cómo era la ciudad en esa época.
Murallas de la Alameda. Al fondo, el baluarte de la
Candelaria
Pero no siempre fue así.  En los años finales de la edad media, la villa medieval, desbordada por el crecimiento de la población, con nuevos arrabales que se extendían más allá de sus murallas, quedaba expuesta a cualquier ataque procedente del mar.
Poco a poco, se fueron amurallando otras zonas, como la Puerta del Muro (actual Puertas de Tierra) o la zona del puerto, teniendo por el lado del sur la protección natural de los acantilados. La vulnerabilidad de Cádiz quedó claramente de manifiesto un aciago día de 1.596, cuando una escuadra anglo-holandesa, al mando del Conde de Essex, saqueó la ciudad, arrasándola e incendiándola casi por completo. Fue tal la destrucción causada que a punto estuvo la ciudad de ser abandonada y su población trasladada a los pueblos de alrededor. Afortunadamente, se decidió conservarla y amurallarla de una forma más eficaz.
Murallas de Puertas de Tierra desde el foso
Desde finales del siglo XVI y hasta el XVIII, se fue fortificando todo el perímetro urbano. Junto a las murallas, se construyeron los castillos de Santa Catalina y San Sebastián y distintos baluartes repartidos a lo largo del mismo, como los baluartes de Santiago, de la Candelaria, del Bonete, del Orejón, de los Mártires, de Capuchinos, de San Roque y de Santa Elena, así como la batería de San Felipe, habiendo desaparecido otros con el derribo de las murallas que daban al muelle a principios del siglo pasado. A ello habría que sumar las monumentales puertas de acceso a la ciudad, como la Puertas de Tierra, del Mar, de Sevilla, de San Carlos y de la Caleta, de las que, por desgracia, solo se conservan ésta última y la de Tierra, pues la actual de San Carlos no es la original.
Las defensas gaditanas se completaban con los glacis de Puertas de Tierra, un conjunto fortificado situado frente a ella, tras el foso, que dificultaban el acceso, siguendo el sistema defensivo del ingeniero militar francés Vauvan, y las galerías subterráneas conocidas popularmente como Cuevas de María Moco, consistentes en un conjunto de túneles subterráneos, minas y contraminas que discurrían por debajo de esta zona de la ciudad, construidas para refugio o para una posible huida ante hipotéticos asaltos enemigos, pero que fueron utlizadas, sobre todo, para otras prácticas, como el contrabando.
Tramo de muralla entre los baluartes de Capuchinos y de los
Mártires, en el Campo del Sur. Bloques de hormigón para
combatir la acción del mar, rompiendo la estética del lugar
La muralla del Campo del Sur o del Vendaval, levantada sobre los acantilados existentes en esta zona, los cuales durante mucho tiempo actuaron como muralla natural,  fue el tramo más problemático en su construcción, debido a los continuos embates del mar, que provocaba frecuentes derrumbes y socavones, con lo que a lo largo del siglo XVIII se tuvo que reforzar varias veces la  muralla. A mediados del siglo pasado se optó por solucionar este problema colocando bloques de hormigón, ocultando la muralla y dañando gravemente la estética del lugar (ver el artículo La Muralla Escondida), cambiando también la fisonomía del tramo comprendido entre el Colegio de la Mirandilla y el baluarte de San Roque.
En la zona de extramuros (Puertatierra) había también varios puntos defensivos que defendían la ciudad por la parte de la Bahía. Concretamente, la batería del Romano, desaparecida en la actualidad, y las baterías de la Primera y Segunda Aguadas, situadas ambas, respectivamente, en el colegio Villoslada y en la Plaza de Santa Ana, entonces línea de costa. De toda esta zona, el enclave más importune era el castillo de San Lorenzo del Puntal, junto al actual barrio de Puntales, que defendía el interior de la Bahía y que llegó a tener gran protagonismo durante la invasión francesa de 1.808.
Cañones en las murallas de San Carlos, encontrados durante
las obras de ampliación del parking subterráneo de Canalejas
El fuerte de la Cortadura fue la última fortificación construída en Cádiz, que se levantó en esa fecha para proteger el único acceso terrestre a Cádiz e impedir el paso de las tropas napoleónicas, algo que no llegó a suceder pues éstas no lograron pasar de San Fernando.
Por último, decir que las murallas gaditanas han sido protagonista de las letras de algunas coplas famosas y palos flamencos que las cantaban, como aquella de:
"Son de piedra y no se notan, las murallitas de Cádiz, son de piedra no se notan, "pa" que en ellas los franceses se rompan la cabezota. Con las bombas que tiran los fanfarrones, se hacen las gaditanas tirabuzones...".

Vista de Cádiz del siglo XVII, con parte de sus murallas


Maqueta de Cádiz. 1.777. En primer término, los glacis de Puerta  Tierra.
. Museo de las Cortes de Cádiz





viernes, 7 de octubre de 2016

Un Museo al aire libre


Tumbas de inhumación. El cadáver se depositaba en un
 sarcófago de madera en el interior de las cistas de sillares,
con su correspondiente ajuar. Época fenicio-púnica,
 ss.. V-IV a.C.
En los parques Erytheia y Kotinoussa (nombres antiguos de las islas gaditanas), más conocido como jardines de Varela, en la avenida de Andalucía, se expone desde hace unos años una muestra de la necrópolis de Cádiz, como un  museo al aire libre, con restos de enterramientos fenicios, púnicos y romanos encontrados en la zona en las obras realizadas allí durante la transformación de los antiguos cuarteles militares de Varela en zona urbana en la últimas décadas. Así, podemos contemplar diversas tumbas de inhumación e incineración ubicadas en distintos parterres del parque Kotinoussa, que abarcan desde el siglo V a. de C. al II d. C., lo que nos permite conocer la evolución de las prácticas y costumbres funerarias de los antiguos gaditanos en ese período de tiempo, visita que se puede realizar a modo de circuito didáctico, con paneles informativos junto a cada resto. Además de las tumbas, hay expuestas varias estelas funerarias, con la inscripción del nombre del fallecido, que servían para señalizar cada enterramiento. Hay también una reproducción de la Dama de Cádiz, el sarcófago antropoide femenino de mármol que se encuentra en el Museo Arqueológico de la ciudad, junto con el sarcófago masculino, protegido por cistas de sillares de piedra ostionera, tal y como se encontraba en el momento de su descubrimiento en la cercana calle Parlamento, en el año 1.980. Igualmente, se expone en el parque una cisterna romana encontrada en el yacimiento Gadir, en la calle San Miguel, bajo el Teatro de la Tía Norica, perteneciente a una antigua factoría de salazón.
Tumba incineración, con urna en el interior conteniendo
las cenizas del difunto. Se acompañaba de ajuar.
Época romana, ss.. I-II d.C.
En el contiguo parque de Erytheia se encuentran los restos de una villa romana descubierta hace varios años durante las obras del parking subterráneo allí existente y que fue trasladada a este sitio desde su lugar original, situado bajo el solar contiguo que ocupa el restaurante Lumen. Un traslado no exento de polémica en su momento.
Este circuito arqueológico por la historia antigua de la ciudad se completa en la cercana plaza de Asdrúbal con los restos del acueducto romano, del que ya hablamos en un artículo anterior, y que desde hace un tiempo esperan ser trasladados al parque de Varela, en donde un panel informa sobre el mismo, aunque el acueducto aún no ha sido colocado en su nueva ubicación.


Reproducción del sarcófago antropoide femenino expuesto en el museo de
de Cádiz, en el interior de cistas de sillares, tal como se encontró en la
cercana calle Parlamento en 1.980. Época fenicia. S. V a.C.
 
Algunos enterramientos de inhumación se tapaban con tejas de diferentes
formas, cubriéndose el conjunto con arena, encima de la cual se colocaba
una estela funeraria. Época romana, ss. I-II d.C.
 
Cisterna romana encontrada en el solar del Teatro de la Tía Norica,
probablemente perteneciente a una factoría de salazón
 
Vista del parque Kotinoussa, donde se encuentran los restos de la necrópolis
gaditana
 
Villa romana del Parque Erytheia

Acueducto romano, situado en la Plaza de Asdrúbal
 
Panel informando del acueducto romano en el
Parque de Varela, aunque éste aún sigue en su
emplazamiento original en la Plaza Asdrúbal
 

martes, 23 de agosto de 2016

La explosión que devastó la ciudad

En la historia de Cádiz hay tres fechas luctuosas que la han marcado profundamente: el saqueo anglo-holandés de 1.596, el maremoto de 1.755 y la explosión de 1.947, con un trágico balance en todas ellas de muerte y destrucción.
Minas antisubmarinas que no llegaron a explosionar
El pasado 18 de agosto se conmemoraba este último acontecimiento con motivo de su aniversario. A las diez menos cuarto de la noche del lunes 18 de agosto de 1.947 una enorme explosión alteraba trágicamente la vida de la ciudad, sumiéndola en la confusión y el caos. Al principio, se desconocía qué la había provocado, pero pronto se supo que había estallado un depósito de minas antisubmarinas y cargas de profundidad, procedentes de la Guerra Civil Española, depositadas en un almacén de la Armada de la Base de Defensas Submarinas, situada en el barrio de San Severiano. Este barrio, la barriada España, Bahía Blanca, los astilleros y una gran parte de extramuros habían quedado arrasados, entre ellos edificios importantes como la Casa Cuna, donde murieron un gran número de niños, y el Sanatorio Madre de Dios. Afortunadamente, el casco antiguo pudo salvarse gracias a las murallas de Puertas de Tierra, que contuvo la onda expansiva, aunque también sufrió importantes desperfectos en puertas y ventanas de muchos edificios, como las de la Catedral, que fueron arrancadas, y caída de cascotes. El suministro de agua y electricidad quedó cortado, así como las líneas telefónicas y la vía férrea. La rápida actuación del capitán de corbeta Pascual Pery Junquera y un grupo de marineros, que lograron sofocar el fuego en la zona, pudo evitar una segunda explosión en un almacén contiguo donde había depositadas más bombas, ante cuya posibilidad muchos gaditanos se refugiaron en la playa como lugar más seguro.
Los heridos fueron trasladados a hospitales de Cádiz, San Fernando y Jerez y pronto empezaron a llegar los primeros auxilios procedentes de la provincia, así como de otros lugares de Andalucía. La explosión fue de tal calibre que el fogonazo y posterior columna de humo pudo verse, incluso, desde lugares tan alejados como Ceuta, Sevilla o Huelva.
Imagen del estado en que quedó el barrio de San Severiano, el
más afectado por la explosión
Las causas de la explosión siempre han estado rodeadas de polémica. Se habló del mal estado de las minas y del intenso calor de esa jornada, pero a día de hoy no se sabe con certeza si fue un accidente, un sabotaje o un atentado terrorista. Sí hubo una clara responsabilidad por parte de las autoridades, al permitir la existencia de esa gran cantidad de explosivos almacenados en una zona urbana durante varios años, en vez de haberlo trasladado a una zona despoblada, como habría sido lo lógico, con el peligro para la población que ello representaba, pero no se llegaron a depurar responsabilidades, aunque algunos mandos de la Armada ya habían alertado de los riesgos.
Oficialmente, el número de víctimas fueron de 155 muertos y más de cinco mil heridos, aunque es de suponer que, dada la magnitud del siniestro, con barrios enteros devastados, los fallecidos fueran muchos más. Este hecho, lógicamente, no favorecía la imagen del gobierno de Franco y de España, en una época difícil para el país como era la postguerra, de penuria económica y aislamiento internacional, por lo que se trataría de minimizar, en lo posible, el número de personas fallecidas. La prensa nacional e internacional se hizo amplio eco de la noticia. Pero varios días después, la muerte de Manolete en la plaza de toros de Linares desviaría la atención pública de la catástrofe de Cádiz, haciéndola olvidar, prácticamente, en el resto de España.
En la plaza de San Severiano, frente al Instituto Hidrográfico, se levanta desde hace algunos años un monolito en recuerdo de las víctimas de la explosión.

Vista aérea de la zona afectada
Otra imagen tras la explosión



Monolito en recuerdo de las víctimas de la explosión,
a escasa distancia del lugar donde tuvo lugar la misma